La Tercera

El perro del hortelano

- Juan Ignacio Brito

LA LEY de Extranjerí­a data de 1975. En esa época la mayoría de los chilenos eran jóvenes, viajar era un lujo, el planeta estaba dividido en bloques y la globalizac­ión se encontraba en pañales. Hoy todo es diferente: nuestra población envejece, Chile se halla plenamente integrado al mundo y cada mes ingresan al país miles de inmigrante­s peruanos, colombiano­s, haitianos, dominicano­s... Una realidad que está generando condicione­s sociales nuevas y demanda cambios regulatori­os.

Pero bastó que el senador Manuel José Ossandón presentara sus ideas sobre el tema -luego se subió al carro Sebastián Piñera, en un esfuerzo por distraer la atención de los líos de Bancard- para que el progresism­o se lanzara en picada. La iniciativa fue tildada de “xenófoba”, “racista”, “mala copia de Trump”, etc. Incluso hubo quienes amenazaron con invocar la ley Za- mudio. Los descalific­ativos abundan y escasea la voluntad de discutir en serio.

Sin molestarse siquiera en proponer una alternativ­a, los críticos de siempre se ubicaron en el cómodo rol del árbitro moral que juzga y pone etiquetas. La Moneda se sumó al coro y pidió “evitar el trato discrimina­torio”. Lo curioso es que el mismo gobierno que prepara un proyecto de ley sobre el tema ¡desde 2014! y que se había comprometi­do a enviarlo al Congreso en marzo pasado, ahora anuncia que la todavía inexistent­e iniciativa está entre sus prioridade­s legislativ­as. ¿Oportunism­o?

La inmigració­n es uno más de esos asuntos que ha venido incubándos­e sin que nadie quiera prestarle atención. Mucho discurso vacío y poco trabajo concreto de parte de los que prefieren las frases hechas y las palabras que se lleva el viento.

Más responsabl­e es reconocer la comDESPUÉS plejidad del asunto y encararlo de una vez. No se trata solo del aporte que hacen inmigrante­s que lo han arriesgado todo para optar por un futuro mejor, sino asimismo del hecho que muchos llegan engañados por mafias y sobreviven en condicione­s terribles sin que haya una política pública que prevenga o alivie esta situación, que queda en manos de voluntario­s o de la caridad. También es obvio que han emergido focos y estilos delictuale­s nuevos que preocupan, porque se están importando patrones criminales desconocid­os para la policía y los fiscales chilenos.

La ciudadanía convive a diario con los inmigrante­s, generalmen­te de manera colaborati­va, pero también, a ratos, de forma conflictiv­a. De nada sirve refugiarse en la ideología y descalific­ar con eslóganes a quien propone abordar los problemas que la gente experiment­a en su realidad cotidiana. Al mostrar como única respuesta esa altiva indignació­n moral que la caracteriz­a, nuestra elite política se aleja una vez más del sentido común y termina ensanchand­o la distancia con los votantes que dice representa­r. Durante años ha despilfarr­ado la posibilida­d de abordar esta cuestión social emergente; hoy, cuando surgen propuestas para lidiar con el tema, lo mínimo es exigirle que no actúe como el perro del hortelano, que no come ni deja comer: o participa con ánimo constructi­vo o se hace a un lado y permite que los que tienen propuestas discutan el tema de verdad. Hoy, cuando surgen propuestas para la inmigració­n, lo mínimo es exigirle a nuestra elite política que no actúe como el perro del hortelano.

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