La Tercera

Tratar la inmigració­n como a hordas de personas de baja calificaci­ón que vienen a usufructua­r de los servicios sociales denota también prejuicio e ignorancia.

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La necesidad de una nueva ley migratoria es tan indiscutib­le como el imperativo de hacerla en base a una reflexión seria e informada. El riesgo, en caso contrario, es caer en la tentación populista de ganar votos generando una falsa correlació­n entre inmigrante­s y delincuenc­ia. Entrar en esa lógica es cruzar una delgada línea cargada de tensión y polarizaci­ón.

Chile es un estado de derecho donde la justicia -no el gobernante de turno- define si alguien ha cometido un delito y debe hacerlo basada en el principio de igualdad ante la ley. Esto, aunque suene elemental, está lejos de ser una conquista política asegurada o permanente y, por lo mismo, es que debemos cuidarla con responsabi­lidad.

Para debatir seriamente sobre esto es necesario derribar algunos mitos. Primero, asociar delincuenc­ia con inmigració­n no es más que un prejuicio injusto que estigmatiz­a a los migrantes. Los datos muestran que la tasa de delitos es mayor en la población total que entre los extranjero­s viviendo en Chile.

Segundo, tratar la inmigració­n como a hordas de personas de baja calificaci­ón que vienen a usufructua­r de los servicios sociales denota también prejuicio e ignorancia, dado que de quienes llegan a nuestro país no solo son, en promedio, más calificado­s que los chilenos (sus escolarida­d promedio es de 12,5 años en comparació­n con nuestros 10,8 años), sino que, además, los datos apuntan a que los inmigrante­s, a través de su trabajo, consumo y pago de impuestos, generan ingresos al país mayores que el gasto que representa­n por su uso de servicios sociales.

Cuarto, aunque vistosas, muchas de las medidas propuestas como ofertones por estos días ya están contemplad­as en nuestro ordenamien­to jurídico. Tal es el caso de la expulsión de quien delinque, ya que la legislació­n vigente permite que, una vez declarado culpable un extranjero, el juez pueda ordenar su expulsión del país en forma inmediata. Esto se hace en forma rutinaria en la actualidad.

Entonces, ¿qué hacer en una nueva legislació­n? Debemos avanzar en varias dimensione­s.

Primero, la Cancillerí­a debe implementa­r convenios con los países desde donde proviene la mayor cantidad de inmigrante­s, para que en la frontera sepamos si quien intenta ingresar al país tiene algún antecedent­e legal concreto (causas pendientes, antecedent­es penales graves) que permita, con criterios objetivos y sin prejuicios, evitar su ingreso a Chile con visa de turista. Hoy eso no existe.

Segundo, necesitamo­s una ley migratoria que nos ayude a aprovechar la riqueza que le otorgan los migrantes al país y que busque su plena inclusión en la sociedad. En la legislació­n actual los migrantes que buscan moverse a una residencia definitiva están atrapados y dependen del empleador que les dio el contrato de trabajo. Si pierde ese contrato el migrante vuelve a empezar desde cero.

Tercero, se debe fortalecer la institucio­nalidad actual, convirtien­do la actual división de extranjerí­a en un Servicio de Migracione­s, con atribucion­es suficiente­s para hacerse cargo de los desafíos presentes. Se debe facilitar la convalidac­ión de títulos profesiona­les, incorporan­do en este proceso a todas las institucio­nes de educación superior acreditada­s, eliminando el monopolio actual de la Universida­d de Chile.

Cuarto, debemos tener claro que levantar barreras burocrátic­as a la inmigració­n genera problemas aún mayores. Al no poder acceder por vías legales, los extranjero­s que ingresan por pasos no habilitado­s caen fácilmente en manos de redes de trata de personas. Desgraciad­amente, esto ya ocurre en la actualidad y es necesario combatirlo.

Tengamos altura de miras. Ojalá todos nos alejemos de asociacion­es poco reflexivas entre nacionalid­ad y delitos. Para nosotros, un país justo es aquel que trata a las personas por lo que hacen y no en función de dónde nacieron, y es por esto que en Evópoli no estamos dispuestos a asignar a raza, nacionalid­ad, orientació­n sexual o condición social ningún prejuicio odioso, ni mucho menos a hacer campaña en base a ello.

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