El valor de la inmigración
La inmigración es un tema que despierta pasiones. Por lo mismo, es fuente de prejuicios que ponen el acento en sus supuestos aspectos adversos en lugar de en sus beneficios. ¿Qué decir al respecto desde la economía y nuestra historia?
Hoy, los inmigrantes en Chile representan el 2,7% de la población. Para algunos, un nivel alarmantemente alto. ¿Es esto cierto? No. La tasa es sustancialmente más baja que la de países que admiramos como, por ejemplo, Australia (28%), Canadá (21%), Nueva Zelandia (25%), Inglaterra (11%) o Estados Unidos (14%). Así visto, Chile tiene pocos y no muchos inmigrantes.
Pero hay más. Como porcentaje de nuestra población, la cantidad de inmigrantes fue mucho mayor a fines del siglo XIX y principios del XX (4,2%). Un período que coincidió con la primera ola de globalización -marcada por altos “La inmigración, al
igual que el libre comercio, no es un juego de suma cero. Lo que el extranjero gana
no lo pierde el país”. grados de libertad comercial, de capitales y migratoria- de la que Chile fue parte y que le significó un sólido desempeño económico. En contraste, durante buena parte del siglo XX se aplicaron políticas proteccionistas, incluyendo las migratorias, que tuvieron como correlato resultados económicos mediocres.
Ocurre que la inmigración, al igual que el libre comercio, no es un juego de suma cero. Lo que el extranjero gana no lo pierde el país. La inmigración permite generar nueva riqueza. El que algunas de las principales fortunas de Chile pertenezcan a familias de inmigrantes es reflejo de aquello.
Pero, más allá de esta evidencia anecdótica, la literatura económica también apunta en esa dirección. Muestra que la inmigración contribuye al crecimiento y a la productividad (Boubtane et al. 2016). También a la innovación y al emprendimiento (Hunt 2011), así como a mejorar la eficiencia del mercado laboral, tanto para trabajadores calificados como no calificados (OECD 2014). Es, por último, una vigorosa fuente de mano de obra joven en países que envejecen.
La errada creencia de que la inmigración no genera riqueza va de la mano de uno de los argumentos más comúnmente utilizados en su contra: la de la destrucción de empleos locales. ¿La solución? Proteccionismo migratorio cuyo fundamento no es muy distinto del proteccionismo comercial otrora utilizado para proteger a la industria nacional. Y es que el temor a la pérdida de empleos seduce. Lo vimos en la reciente elección presidencial de EE.UU. pese a la evidencia en contrario: en los últimos 10 años casi el 50% del incremento en su fuerza laboral ha venido de extranjeros y, sin embargo, descontada la crisis subprime, el país ha estado cerca del pleno empleo.