Sincerar el debate
LA INMIGRACIÓN se tomó el debate público de manera súbita e inesperada, pero no artificial, porque ha sido evidente que ahí había una preocupación ciudadana real que terminó aflorando. La respuesta ha sido típicamente chilena: hay que cambiar la ley. Necesidad obvia, pues la norma vigente data de 1975. Argumento dudoso, pues que una ley sea antigua no la torna inadecuada. En cambio, brillan por su ausencia precisiones en qué estaría mal y qué cambios hay que hacerle. El gobierno dice que pronto enviará un proyecto de ley para sustituir la legislación vigente, pero no aclara en qué sentido. En simple, ¿será más restrictiva con la inmigración? Porque la actual es liberal, cuando ha permitido que llegue una gran cantidad de extranjeros a radicarse, lo que constituye el motivo de preocupación.
Quien lea la ley actual, concluirá que entrega facultades razonables para enfrentar todas las situaciones que se han mencionado como irregularidades existentes, ya sean casos de ingresos de personas con antecedentes criminales, de quienes delinquen en Chile (una vez cumplida la condena), para perseguir tráfico de personas (mafias que proveen de contratos de trabajo falsos), turistas que no son tales, pues no tienen como subsistir cuando entran al país, etc. Es materia de voluntad de aplicar la ley, no de modificarla.
Es que se elude el debate real. Para algunos la cuestión de la inmigración esconde un sentimiento nacional de clasismo y racismo, porque no nos da lo mismo que los que llegan sean suizos o haitianos. Puede ser, pero lo cierto es que el ambiente políticamente correcto impide decir que efectivamente no da lo mismo y, entonces, se inventan pretextos para lograr restricciones. Veamos el caso concreto de los haitianos -que gatilló el tema-, que debe preocupar por su creciente número (decenas de miles al año), lo que evidencia una situación que dista de una emigración normal, y porque no se advierte que tengan reales oportunidades de integración y progreso en Chile. Se vienen porque la situación en su país es tan precaria que cualquiera sea su destino aquí estarán mejor que allá. Pero con el costo para nosotros de la formación de núcleos de pobreza dura y marginación, con las consiguientes tensiones sociales. La posibilidad de que ello suceda es muy alta.
Se clama por solidaridad con ellos porque sufren, pero lo que nos están pidiendo es que nos hagamos cargo de los problemas insolubles que hay en otro país. Ya suficiente hemos gastado durante 10 años enviando militares a Haití y nada se ha resuelto. ¿Y qué pasará cuando tengamos centenares de miles?
Chile, como todos los países del nuevo mundo, se construyó con inmigrantes, cuyo aporte a la nación es incalculable. Pero negarse a ver lo que sucede puede provocar reacciones más fuertes cuando el problema sea mayor, creando limitaciones severas a la inmigración, lo que sería muy negativo. Para hacer frente al problema, bastaría con hacer cumplir la ley vigente. Así se aventurarían básicamente los que cumplen con los requisitos establecidos, que son razonables, y bajaría la tensión en torno al tema. Para algunos la cuestión de la inmigración esconde clasismo. Pero lo cierto es que el ambiente impide decir que no da lo mismo.