Rex Tillerson: apréndanse ese nombre
Si alguien creía que la “gravitas” del cargo que Donald Trump está a punto de asumir le iba a restar audacia y capacidad para escandalizar a propios y extraños, se equivocó. La nominación de Rex Tillerson, jefe de Exxon Mobil, el gigante petrolero, como Secretario de Estado, es de una audacia con pocos precedentes.
Por su inexperiencia diplomática, su red de intereses vinculados al petróleo, una industria de alto contenido geopolítico, y su cercanía a Vladimir Putin, que incluso lo ha condecorado, parecía, cuando se filtró su nombre, un mero globo de ensayo. La reacción del propio Partido Republicano fue de escándalo. Esa filtración coincidió, para colmo, con la información que gente de la CIA sembró en la prensa apuntando a la intervención de Putin en la reciente campaña electoral en favor de Trump mediante técnicas de penetración informática.
Sin embargo, Trump está decidido a convertir su gobierno en una operación de “deal making” (tratos de negocios) en favor de lo que él interpreta que son los intereses de Estados Unidos. Por eso tiene hasta ahora un gabinete que suma 14 mil millones de dólares en fortunas personales y sigue atrayendo a grandes empresarios a su inminente administración. Quiere replicar en el gobierno su propia deformación profesional –el arte de hacer tratosy llevar esto a la diplomacia. Una alta dosis de “realpolitik”, por tanto, esa que desplaza los principios en favor de lo que conviene, es previsible en la política exterior.
De allí que Tillerson, un hombre que ha tratado con dictadores como el del Chad y líderes autoritarios con vocación hegemónica como Putin, para hacer crecer la huella de Exxon Mobil, esté en la misma longitud de onda que el Presidente electo.
La cercanía de Tillerson con Putin pasa por los vínculos entre Exxon Mobil y Rosneft, el gigante ruso de hidrocarburos, para explotar zonas ricas del Artico.
El pragmatismo rupturista de Trump, que Tillerson, convertirá en política del Departamento de Estado, incluirá por ejemplo usar la amenaza de reconocer a Taiwán como arma de presión contra Beijing, para quien la isla pertenece a China. O entenderse con Rusia en Siria, lo que implica no desestabilizar a Assad, a quien apoya Irán, dejando descolocada a la resistencia siria que hasta ahora recibía apoyo de Washington. ¿Cómo hacer compatible todo esto con la decisión de Trump de acabar con el yihadismo, especialmente el Estado Islámico, para el cual se necesitan rebeldes sirios moderados?
Para eso Trump espera que el futuro “número dos” de Tillerson, el “halcón” John Bolton, ex embajador ante la ONU en época de George W. Bush, y el también “halcón” Michael Flynn, un general a quien ha nombrado consejero para la seguridad nacional, apliquen una fuerte dosis de músculo político-militar en coordinación con el futuro Secretario de Defensa, el ex marine James Mattis.
La gran batalla de las confirmaciones en el Senado será la de Tillerson por la resistencia de muchos republicanos y demócratas a aceptar como jefe de la diplomacia a un hombre con nexos importantes con Rusia. Trump ha tenido la precaución de embarcar a varios pesos pesados de la política exterior en su nominación, quienes pronto le darán su respaldo. Están entre ellos Robert Gates (ex secretario de Defensa), Condoleeza Rice (ex secretaria de Estado) y Dick Cheney (ex Vicepresidente), nombres muy respetados entre los conservadores.
Apostar por una derrota de Trump en el Senado, donde Tillerson tendrá que ser confirmado, es prematuro: si algo ha demostrado el Presidente electo es su capacidad para llevarse por delante lo que se pone en el camino. Lo que no está claro es qué va a pasar el día después. Estamos ante un potencial vuelco de la política exterior de gran envergadura.