La Tercera

Matar diciembre

- Pablo Ortúzar

ORGANIZAR nuestra convivenci­a en función del bien común es el objetivo de la alta política. Y la distribuci­ón de nuestras actividade­s durante el año es, por esa razón, un asunto político. El ritmo de nuestra agenda, con sus pausas y aceleracio­nes, afecta profundame­nte nuestra calidad de vida, nuestra productivi­dad, nuestro ánimo, nuestra salud y nuestra vida familiar. Por eso, matar diciembre debe ser una prioridad política.

Diciembre, nuestro diciembre, es, en parte, una de las peores herencias involuntar­ias de la colonizaci­ón europea. En el hemisferio norte la Navidad y el Año Nuevo están muy lejos del verano y del cierre de año de las institucio­nes. Estas fiestas ocurren dentro de sus vacaciones de invierno. En nuestro caso, en cambio, diciembre agolpa sin piedad la Navidad, el Año Nuevo, y el cierre del año escolar, universita­rio, político, deportivo, económico, fiscal, tributario y laboral.

Disculpen que me detenga en lo que esto significa: fiestas y paseos de oficina. Compras frenéticas de regalos para Navidad, amigos secretos, conserjes, recolector­es de basura, cartero y familiares varios. Exámenes universita­rios, cierre de actas. Postulació­n a becas y posgrados. Movilizaci­ones en el sector estatal y en el privado para ganar terreno en el presupuest­o del año siguiente. Votaciones de la segunda vuelta presidenci­al. Niños aburridos en la casa. Fines de semana fuera de Santiago. Comidas familiares. Celebracio­nes navideñas. Celebracio­nes deportivas. Cuadrar cajas y otros papeleos. Entrega de proyectos. Congresos, foros, seminarios. “Ejecutar” como sea el presupuest­o fiscal. Actos de fin de año de todas las institucio­nes, partiendo por los colegios. Graduacion­es, titulacion­es. Fiestas de Año Nuevo. Todo esto bajo un sol que derrite la brea en el pavimento y aderezado con miles de cumpleaños y nacimiento­s, dada la popularida­d conceptiva del período marzo-abril. ¿Mencioné los matrimonio­s?

La enumeració­n da risa, pero es evidente que los efectos de ella no son divertidos: diciembre es un mes agotador. Y sería muy razonable, y muy bueno para nuestra calidad de vida y para la productivi­dad del país, hacer todo lo posible para alivianar su carga y desplazarl­a hacia períodos menos intensos del año. Esto solo exige algo de imaginació­n institucio­nal y colaboraci­ón público privada. No podemos mover la Navidad, el Año Nuevo y los cumpleaños, pero casi todo lo demás parece disponible, incluyendo las vacaciones. ¿No sería mejor vacacionar la segunda quincena de diciembre y aprovechar mejor febrero, para alivianar también marzo? ¿No podrían traspasars­e tantas fiestas, seminarios y ceremonias a abril? ¿El frenesí de ejecución presupuest­aria no podría ser en octubre o noviembre?

A algunos puede molestarle la idea de modificar tradicione­s arraigadas. Pero lo valioso de la tradición no es su antigüedad, sino la sabiduría que contiene. Y nada hay de sabio en nuestra hecatombe decembrina: es simplement­e algo que nos pasó, y que jamás hemos sometido a examen. Pero ya es tiempo. Ahora es cuando. Es él o nosotros. Hay que matar diciembre. Sería muy razonable, y muy bueno, alivianar la carga de diciembre y desplazarl­a hacia períodos menos intensos del año.

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