Inmigrantes
INMIGRANTES Y “nacionales” es el nuevo clivaje alentado por la extrema derecha para avanzar electoralmente en Europa y Norteamérica. La estigmatización, sin embargo, no se dirige a cualquier inmigrante sino especialmente al inmigrante pobre en recursos económicos. Por ello, la filósofa Adela Cortina ha señalado que no cree que estemos, de manera exclusiva, frente a un fenómeno de xenofobia (miedo/odio al extranjero) y ha propuesto, en su lugar, el término “aporofobia” (á-poros=pobre, sin recursos). El temor y el desprecio se ciernen sobre el inmigrante porque se lo percibe como pobre.
La derecha construye, así, un “enemigo interno” (nada nuevo bajo el sol), que desplaza el tema de la desigualdad y sus causas lejos de sí, y lo coloca en un otro vulnerable. El rédito político es evidente: permite penetrar en los sectores populares y de trabajadores, y ofrecerles un adversario imaginario, el que pasa a ser la explicación de sus malestares y miserias. El juego consiste en azuzar una suerte de “lucha de clases” entre los trabajadores locales y los de afuera.
Una de las dificultades para combatir estos miedos y odios subterráneos es que se trata de discursos socialmente reprimidos por ser “éticamente incorrectos”. Hacer desaparecer del lenguaje una realidad no significa que ésta deja de existir. Parte de la bancarrota actual de las encuestas es que las personas están pensando y asumiendo opciones que no están dispuestas a reconocer públicamente.
El progresismo ha abordado el tema de la inmigración desde un enfoque de derechos (partiendo por el propio derecho humano a la migración) y desde una batería de razones técnicas (económicas, demográficas, etc.) que muestran lo injustificado de estos miedos a los inmigrantes y, por el contrario, los beneficios de la inmigración. Este enfoque de derechos, aun siendo intransable, ha resultado políticamente insuficiente para detener el populismo antimigratorio de la derecha.
¿Qué hacer desde una óptica progresista? Para empezar, no quedarse solo en el discurso del “deber ser de las cosas” sino reconocer (no negar) y encarar los múltiples problemas que se derivan de una sociedad multicultural. Junto con ello favorecer la organización de los trabajadores inmigrantes. Es todo un desafío para los partidos de izquierda y las organizaciones sindicales lograr que prevalezca la común condición de trabajadores por sobre las singularidades nacionales.
Se requiere, además, promover la visibilidad y el reconocimiento de estas comunidades. Cuando desaparece el rostro del otro se crean las condiciones históricas para la construcción de un “otro homogéneo y generalizado”, antesala de la intolerancia y de la violencia hacia un grupo social, cultural o político. Sin este componente político activo de organización y reconocimiento en la base social –más allá de legislaciones y políticas públicas integradoraslas condiciones para hacer de la inmigración un arma electoral estarán servidas y llevarán todas las de ganar las posiciones más retrógradas. Hay que promover el reconocimiento de los inmigrantes. Cuando desaparece el rostro del otro, se crea la antesala de la intolerancia hacia un grupo social.