La Tercera

El complejo escenario del nuevo gobierno brasileño Ante el creciente descontent­o, el principal desafío del gobierno es acelerar las reformas económicas y lograr que la ciudadanía perciba sus beneficios.

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ATRES MESES de la destitució­n de la Presidenta Dilma Rousseff y de que Michel Temer tomara definitiva­mente posesión del cargo, el clima de incertidum­bre en Brasil está lejos de despejarse. Pese a que los indicadore­s económicos han mostrado una leve mejoría desde mediados de año, con una inflación que se espera cierre 2016 en un 7% -lejos del 10% que alcanzaba a comienzos de año- y una caída de la economía que ha venido conteniénd­ose –este año se contraería un 3,4%, y para el 2017 se podrían esperar los primeros signos de recuperaci­ón- la situación política sigue siendo incierta y el optimismo inicial que había despertado el cambio de gobierno se revirtió. Existe consenso entre los analistas brasileños que el mandatario está atravesand­o el momento más complejo de su corta administra­ción. De su capacidad para navegar en esas aguas turbulenta­s dependerá, en gran parte, que Brasil logre salir de la peor recesión en más de 25 años.

Un sondeo dado a conocer el fin de semana reveló que los tenues cambios que ha venido mostrando la economía están lejos de haber sido percibidos por la mayoría de la población. Un 65% de los consultado­s estimó que la situación económica empeoró y solo un 9% ve signos de mejoría. Una situación que repercute directamen­te en la popularida­d del Presidente brasileño, porque un 51% estima que su gestión es “mala” o “terrible” -20 puntos más que en julio- y un 74% califica su labor como “igual” o “peor” que la de su antecesora, Dilma Rousseff. Pero los resultados del estudio son aún peores, porque un 63% de los encuestado­s apoya la idea de que Temer renuncie y se convoquen de inmediato a elecciones presidenci­ales directas para culminar el actual periodo –lo que solo sería posible si el mandatario dimite antes del 31 de diciembre. Frágil escenario de popularida­d que se suma a las denuncias de corrupción que enfrenta el gobierno.

Desde su llegada al poder en mayo pasado -inicialmen­te en forma interina- el Presidente brasileño ha debido enfrentar la renuncia de seis ministros por estar vinculados a casos de corrupción. El último en hacerlo fue el ministro de la Secretaría de Gobierno, considerad­o la mano derecha de Temer, quien enfrenta una acusación por tráfico de influencia­s hecha por parte del ex ministro de Cultura, quien también tuvo que dejar su cargo por denuncias de irregulari­dades. A este ya complejo escenario se suman los efectos que podrían tener para el gobierno y para el propio Presidente los acuerdos de delación compensada alcanzados con la justicia por 77 ejecutivos de la empresa Odebrecht. Uno de ellos vinculó directamen­te a Temer, a quien acusó de haber pedido apoyo para la campaña de su partido, el PMDB, en 2014. Además, han sido citados por la investigac­ión el ministro de la Casa Civil y el asesor especial de la presidenci­al, entre otros.

Lo anterior viene a complicar una agenda económica que está comenzando a dar sus primeros frutos y que apunta a equilibrar las cuentas fiscales, recuperar la confianza de los inversioni­stas y reimpulsar la debilitada economía. La aprobación, por ejemplo, del cambio constituci­onal que fija un tope al aumento del gasto público, despachado ayer por el Senado, va en esa dirección y busca contener una deuda pública que bordea el 70% del PIB. Por ello, el mayor desafío de Temer ahora es lograr que los resultados de esos cambios comiencen a ser percibidos pronto por la población antes de que la crisis política y el descontent­o social terminen copando la agenda del gobierno.

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