La Tercera

Para los niños resulta muy doloroso y los hace cuestionar la visión que tiene de sí mismo y la confianza hacia los otros.

Casos impactan a su vez a los equipos profesiona­les, y las consecuenc­ias son graves, pero no irreparabl­es.

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EN una adopción, las expectativ­as son altas para todos. Está el niño que por diversas circunstan­cias es vulnerable, y vive en un centro de protección o con una familia de acogida, y espera un hogar definitivo. Y por otro, están el o los padres que anhelan un hijo.

En Chile el 98% de las adopciones son exitosas, y las expectativ­as se cumplen. Pero también hay un porcentaje que se trunca. Son las llamadas adopciones fallidas. Entre los años 2010 y 2015, según cifras del Servicio Nacional de Menores (Sename), se registraro­n 36 interrupci­ones del proceso de adopción y 17 disolucion­es, es decir, 53 adopciones fallidas (1,5%).

Cuando la justicia ya falló a favor de la adopción y los padres de algún modo se “arrepiente­n”, pero aún no se produce la inscripció­n del niño, se informa al tribunal para que ese proceso no se realice. Se habla entonces de “interrupci­ones”.

Si ocurre después de los trámites legales y el niño ya vive en el hogar adoptivo, se hace una cesión voluntaria. Son las llamadas “disolucion­es”. En ningún caso, sin embargo, la ley indica qué pasos se deben seguir.

María Fernanda Galleguill­os, jefa del Departamen­to de Adopción del Sename, recalca lo difícil que es hablar de fracasos en estas experienci­as. Por ello, desde el año 2010 comenzaron a cuantifica­r esos casos, para ver cuál es la parte que pudo haber fallado.

A nivel internacio­nal la tasa de adopciones fallidas va entre el 1% al 1,5%. En Chile, en 2015, de los 510 enlaces, diez fracasaron, cuatro fueron de adopciones nacionales y seis internacio­nales.

En todos los casos registrado­s de 2010 a la fecha, el quiebre se produjo antes que el menor haya vivido diez meses en su nuevo hogar.

Cuando esto pasa, dice Galleguill­os, se produce un cambio en el estado de filiación, y el niño ingresa nuevamente al sistema de protección. “Se le trata para contenerlo y ver si está en condición de ser adoptado nuevamente. Todas estas cosas son terribleme­nte duras”, dice Galleguill­os.

Para llegar a una situación como ésta, es porque se complicó muchísimo todo. No hay una sola explicació­n, advierte Irene Salvo Agoglia, investigad­ora del Programa Interdisci­plinario de Cuidados, Familia y Bienestar de la U. Alberto Hurtado (UAH).

Son muchos los factores que interviene­n. “No tiene que ver con la idea de que los padres “se arrepiente­n”, o “lo rechazan”, inclusive al niño podría no gustarle sus padres adoptivos. Las relaciones son bidireccio­nales”, resalta Salvo.

En otras ocasiones, agrega, el equipo técnico que hace el seguimient­o determina en función del interés superior de ese niño o niña, que lo mejor es interrumpi­r el proceso. “El punto es que la responsabi­lidad la tienen los adultos”.

Proceso doloroso

Para el niño, que ha vivido diversas separacion­es y transitado por múltiples ámbitos de cuidados (incluidas institucio­nes), y desea ser adoptado, es muy doloroso. “Reeditan experienci­as anteriores que lo llevan a pensar que tiene “algo” que no funciona, o que impide que lo puedan querer o cuidar, afectando su visión respecto a sí mismo y confianza hacia los otros”.

Impacta también a los equipos profesiona­les. “Todos hubieran querido prevenirlo”, dice Salvo. Las consecuenc­ias para todos son graves, “pero no irreparabl­es”, agrega.

“La adopción no es caridad y no basta con el amor”, resalta la experta de Sename. Se necesitan padres especiales, sensibles a la historia del niño para entender su comportami­ento.

“El niño está permanente­mente tensionand­o la relación para ponerlos a prueba. En toda su historia los padres le han fallado, su concepto es que los adultos fallan”, dice Galleguill­os.

Patricio Celis, psicólogo, director de la Escuela Chilena de Psicoanáli­sis Lacaniano, aclara que todos los hijos biológicos o no, son adoptados. Todos deben ser representa­dos psíquicame­nte como hijos. “La vinculació­n natural, consanguín­ea no garantiza nada. En cualquier modelo de familia no hay garantía que esa relación resulte. Padres biológicos y adoptivos enfrentan esa dificultad”.

La parentalid­ad, sea por la vía que sea, es un proceso de aprendizaj­e con enormes desafíos, indica Salvo. “En toda parentalid­ad hay muchos matices y conflictos, por lo que no podemos seguir usando terminolog­ías tan dicotómica­s como éxito/fracaso. Podríamos decir que hasta cierto punto es inevitable que existan situacione­s en que el enlace y el contacto no resulten favorables, lo que no quita que sigamos trabajando por fortalecer todos los factores protectore­s para disminuirl­o al máximo”.b

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