Intolerancias
NO ES por la muñeca inflable que escribo esta columna, sino por Almodóvar comentando al diario El País la semana pasada que se era “infinitamente más tolerante en los 80”. Una provocación digna de nota del director de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980). Es que en España no están mejor que nosotros. Los “Podemos”, Iglesias y Errejón, su Número 2 con pinta (solo pinta) de actor inocentón en esas películas divertidísimas del manchego, se toman muy en serio. Mientras que sobre los 80, Almodóvar diría: “No conocíamos el precio de las cosas, ni pensábamos en el mercado”; en plena “movida” tampoco se estaba por hacer ajustes de cuentas. “Hace falta mucha memoria y mucho rencor para tomarse la revancha” después de tantos años (Franco muere el 75).
Y, sin embargo, valga la ironía, rabia es por lo que se apuesta. Mercado de rencores y consignas hay de sobra; su publicidad llega a la vena por celular. Esa es la droga que envalentona a populismos, sean estalinistas o racistas de derecha, y que redes sociales luego trafican. Por su parte, universidades avergonzadas de ser de élite, afanadas en corregirse travistiéndose de plebeyas, se encargan de (de)formar ideológicamente. Podemos surgió en la universidad. Todo les sirve: compromiso social, teoría crítica, “estudios culturales”, plataformas dónde denunciar, que después las cacerías de brujas hacen lo suyo, y vamos instruyendo sumarios como en dictadura. Almodóvar nota el giro el 2004 (por el 11-M); Philip Roth lo advierte el 2000 en La mancha humana, novela sobre una falsa acusación de racismo contra un profesor de un college de New England. Desde entonces cunde el justicialismo popular y estudiantes exigen “safe-spaces” para no ser “violentados” en sus creencias por profesores políticamente incorrectos, gente que no por ser heterodoxa deja de cumplir su función (como Sócrates, también acusado de corromper).
Pero, veamos, ¿por qué ahora se es más intolerante? Porque en los 80 se venía de sufrir sectarismos recientes; porque ahora los confundidos precisan certezas (aunque sean falsas); porque a sectores ascendentes nunca antes poderosos se les convenció que quien llega a poseerlo siempre abusa, ergo por qué no les habría de tocar a ellos su cuota (sin reparar que cierta economía del poder ayuda a no desgastarse); porque sabiéndose sin autoridad se escudan en autoritarismos (lo típico en círculos académicos en que quién nada sabe o enseña puede igual revestirse de potestad burocrática sumarial).
Julián Marías lo describe muy bien, las insolencias suelen dirigirse a lo que ha merecido siempre respeto, ciertas cosas y personas dignas, en dos situaciones específicas: cuando nada importa (y no se penaliza al insolente), y cuando el atrevido se sabe “vacío”, poca cosa, y el horror vacui lo hace resentir de todo aquello que tenga densidad y valor, rebajándose a antipatías apenas camufladas. Volviendo a Almodóvar, a lo mejor los intolerantes atropellan porque fallándoles el humor, se toman en serio y lo pervierten todo. Volviendo a Almodóvar, a lo mejor los intolerantes atropellan porque fallándoles el humor, lo pervierten todo.