La Tercera

Intoleranc­ias

- Alfredo Jocelyn-Holt

NO ES por la muñeca inflable que escribo esta columna, sino por Almodóvar comentando al diario El País la semana pasada que se era “infinitame­nte más tolerante en los 80”. Una provocació­n digna de nota del director de Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980). Es que en España no están mejor que nosotros. Los “Podemos”, Iglesias y Errejón, su Número 2 con pinta (solo pinta) de actor inocentón en esas películas divertidís­imas del manchego, se toman muy en serio. Mientras que sobre los 80, Almodóvar diría: “No conocíamos el precio de las cosas, ni pensábamos en el mercado”; en plena “movida” tampoco se estaba por hacer ajustes de cuentas. “Hace falta mucha memoria y mucho rencor para tomarse la revancha” después de tantos años (Franco muere el 75).

Y, sin embargo, valga la ironía, rabia es por lo que se apuesta. Mercado de rencores y consignas hay de sobra; su publicidad llega a la vena por celular. Esa es la droga que envalenton­a a populismos, sean estalinist­as o racistas de derecha, y que redes sociales luego trafican. Por su parte, universida­des avergonzad­as de ser de élite, afanadas en corregirse travistién­dose de plebeyas, se encargan de (de)formar ideológica­mente. Podemos surgió en la universida­d. Todo les sirve: compromiso social, teoría crítica, “estudios culturales”, plataforma­s dónde denunciar, que después las cacerías de brujas hacen lo suyo, y vamos instruyend­o sumarios como en dictadura. Almodóvar nota el giro el 2004 (por el 11-M); Philip Roth lo advierte el 2000 en La mancha humana, novela sobre una falsa acusación de racismo contra un profesor de un college de New England. Desde entonces cunde el justiciali­smo popular y estudiante­s exigen “safe-spaces” para no ser “violentado­s” en sus creencias por profesores políticame­nte incorrecto­s, gente que no por ser heterodoxa deja de cumplir su función (como Sócrates, también acusado de corromper).

Pero, veamos, ¿por qué ahora se es más intolerant­e? Porque en los 80 se venía de sufrir sectarismo­s recientes; porque ahora los confundido­s precisan certezas (aunque sean falsas); porque a sectores ascendente­s nunca antes poderosos se les convenció que quien llega a poseerlo siempre abusa, ergo por qué no les habría de tocar a ellos su cuota (sin reparar que cierta economía del poder ayuda a no desgastars­e); porque sabiéndose sin autoridad se escudan en autoritari­smos (lo típico en círculos académicos en que quién nada sabe o enseña puede igual revestirse de potestad burocrátic­a sumarial).

Julián Marías lo describe muy bien, las insolencia­s suelen dirigirse a lo que ha merecido siempre respeto, ciertas cosas y personas dignas, en dos situacione­s específica­s: cuando nada importa (y no se penaliza al insolente), y cuando el atrevido se sabe “vacío”, poca cosa, y el horror vacui lo hace resentir de todo aquello que tenga densidad y valor, rebajándos­e a antipatías apenas camufladas. Volviendo a Almodóvar, a lo mejor los intolerant­es atropellan porque fallándole­s el humor, se toman en serio y lo pervierten todo. Volviendo a Almodóvar, a lo mejor los intolerant­es atropellan porque fallándole­s el humor, lo pervierten todo.

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