El Estado debe privilegiar a las universidades estatales, porque constituyen la columna vertebral de la educación superior y del desarrollo. Chile no puede darse el lujo de seguir ninguneando a estos planteles.
EL ESTADO debe privilegiar a las universidades estatales, porque constituyen la columna vertebral de la educación superior y del desarrollo en todos los países del mundo. Y donde Chile es la excepción. ¿Por qué? Simple: tenemos un modelo de mercado que se inicia con la privatización de las universidades en 1981. Esto ha implicado, por ejemplo, que en los últimos diez años los planteles estatales han crecido solo un 3% con respecto a las matrículas, y las no estatales del Consejo de Rectores han aumentado un 44% y las privadas un 85%.
Por mucho años nos hemos preguntado por qué el Estado – a partir de su accionar- menosprecia y jibariza a sus universidades, siendo éste el único país en que se produce la incongruencia de querer debilitar a los planteles que tienen como único norte, coadyuvar al engrandecimiento de Chile.
En este contexto es importante tener en la mira a los países de la Ocde con los que tanto nos gusta medirnos en una serie de ámbitos, salvo en la educación superior. Su compromiso con la educación superior es significativa: el sector público representa en promedio el 75% de la matrícula, mientras que en Chile las universidades estatales alcanzan un bajísimo 15%. Los gobiernos de los países de la Ocde ofrecen un apoyo continuo donde el financiamiento estatal directo asciende a más del 80% de los presupuestos de estos planteles.
Pese a las restricciones económicas que han golpeado a las universidades estatales chilenas en las últimas décadas, siguen siendo generadoras de conocimiento de frontera. Prácticamente un 42% del total de las publicaciones que se produjeron en el país entre 2010 y 2015, correspondió a estas casas de estudio. En términos de patentes registradas durante el 2014 alcanzaron un 41%.
Los planteles estatales perciben el trabajo de investigación, la cultura y las artes, como bienes públicos y no privados. Además, su condición de entidades laicas y pluralistas, les permite apoyar al Estado en iniciativas tendientes a modernizar el país, ya sea abriendo debates o aportando conocimiento experto. Así, por ejemplo, frente a la aprobación de leyes que permiten el aborto o la eutanasia, no pueden menos que responder al mandato que les confiere la sociedad.
Otro aspecto relevante es que las instituciones de educación superior estatales promueven la movilidad social, ámbito donde el país tiene una deuda enorme. La formación de los futuros profesionales que atienden nuestras instituciones, está acompañada de un objetivo estratégico: promover la equidad y el progreso social. A través de programas como el Pace, el Ranking de Notas y el Propedéutico, universidades como la de Santiago de Chile se han hecho cargo del talento de jóvenes que provienen de orígenes humildes. Es así como casi la mitad de los estudiantes de establecimientos escolares municipales, postulan a las universidades del Estado.
A partir de la contribución de académicos al debate público, la divulgación de la ciencia, las artes y el emprendimiento; la realización de actividades gratuitas y abiertas a todo público, como ciclos de cine, conciertos de nuestras orquestas, entre otras, las universidades estatales cumplen a lo largo de Chile un destacado rol de acercamiento de la cultura y las artes a la ciudadanía.
Chile no puede darse el lujo de seguir ninguneando a sus planteles estatales si quiere transitar en serio hacia el desarrollo.
Hace más de una centuria algunos prohombres que gobernaron el país, entendieron que en las instituciones estatales de educación era donde debían fraguarse los sueños de un país más justo y solidario. Como ayer, seguiremos pensando y construyendo Chile. Por todo esto y más, requerimos de un nuevo trato.