El año azul
PPor arece simple: lo que venga, para Universidad de Chile, tiene que dejar de ser una apuesta. No es una tragedia el momento actual del club (tragedia era la de otras épocas, pre sociedades anónimas, sin campo decente de entrenamiento, sin nadie que pagara las cuentas, sin abonados, con el club lleno de deudas e irresponsabilidades), pero es obvio que estamos ante un momento ideal para enmendar el rumbo y evitar nuevos tropezones.
Lo primero es elegir un camino. No digo una identidad, ni siquiera un paladar futbolístico… aunque sospecho que hay más futuro en el molde que dejó Sampaoli (dinámica, presión, protagonismo) que en el retorno a la prehistoria “de entrega y esfuerzo” que nunca fue como para enorgullecerse y que, en materia de diferenciación, hoy no significa absolutamente nada. Para tonteras y simplezas como “mojar la camiseta” mejor arriar la bandera. Ese endiosamiento de la época más tosca y pobre de la historia azul siempre me ha parecido inentendible. Parecida, en su inconsistencia, a poner a la antigua y lela España de la “furia roja” por encima de las maravillas del tikitaka de las últimas décadas.
Un camino sin tantos tumbos. Eso necesita la U. Algo acorde a sus pergaminos y posibilidades actuales. Al enorme apoyo emocional y económico que hoy la sostiene. Y buscar un camino significa varias cosas. Por ejemplo, definir quién manda. No sólo en el directorio, sino también en la relación con el plantel y en materia de contrataciones. Y eso, en los tiempos que corren, tiene un solo significado: profesionalizar. Buscar gente dedicada 24/7 al club… y al fútbol. Y a partir de eso establecer las exigencias, en términos de proyecto, para el nuevo cuerpo técnico.
Este año hubo demasiadas pérdidas de tiempo. Y demasiados errores. Primero se apostó por un jefe de obras que recién comenzaba, sin ensayos ni pasos previos. Y eso, más que un error, fue una exposición extrema, desmedida. Ojo: más temprano que tarde a Beccacece le va a ir bien, porque sabe y trabaja mucho, pero es obvio que todos -incluido élnos adelantamos un par de años en el cálculo.
Se habló también de un plantel “fenomenal” cuando lo que tenía la U era un grupo de jugadores apenas normal, mediano, sin grandes luces. Nada que se pareciera a una Ferrari. Y eso generó expectativas equivocadas, absurdas. Tramposas.
Por último, se pecó de facilismo al calmar a las bestias (hinchas-prensa) pasándole el equipo, tras el chapoteo inicial, a jugadores muy queridos del pasado azul pero que no tenían, y menos como dupla, la capacidad de trabajo como para sistematizar y construir un futuro. El remedio, como era previsible, terminó siendo peor que la enfermedad. Y, para peor, cada vez que Castañeda, Musrri o Rodoni hablaron mostraron tal nivel de desconexión con la realidad y tal caudal de mala leche (contra el cuerpo técnico anterior, contra los DT extranjeros, contra los propios jugadores) que terminaron por hacerse odiosos y odiables. Y, por ende, prescindibles.
Insisto: lo de Beccacece, en tanto aventura, resulta perdonable. Arriesgado, pero de algún modo interesante. Lo del segundo semestre, no. Eso fue pura devaluación. Retroceder tantos casilleros en la historia futbolística del club no tenía justificación alguna. Salvo el miedo, que nunca será buen consejero. Nunca más, sería la única frase posible para redondear tamaño estropicio.
¿Lo que viene ahora? Arrimar buenos asesores, buscar un proyecto técnico clarito, serio, moderno, valiente (seguramente afuera) y mantenerlo vivo aunque no funcione de inmediato. Corregir y mejorar el actual plantel y, ante todo y por favor, definir quién manda. Y dejar que mande. Si no, no se puede. Ya sabemos lo que le pasa a los clubes (y a los países), cuando se instala sobre ellos la nefasta dictadura de las comisiones.