EXISTENCIALISMO CHATARRERO
Qué maricón preocuparse por ballenas”, canturrea desafiante Andrés Calamaro en Cazador de ateos, una perorata envuelta en rock desértico a medio armar, en contra de los detractores de la tauromaquia y animalistas. Volumen 11, un título que guiña un célebre chiste de This is Spinal Tap (1984) sobre excesos sonoros, se presenta como un manifiesto de rock frontal e impúdico en tiempos en que el género yace aséptico y adormilado. A veces funciona, mayoritariamente en la primera parte gracias a la excelente banda que le acompaña pero luego, como suele ocurrir con Calamaro modelo siglo XXI, se alarga hasta el hastío en 19 cortes cediendo a la caricatura. Cada vez más convencido de encarnar a una especie de Bob
Dylan latino (ese enternecedor detalle trasandino de producir sus propias versiones de las grandes leyendas musicales), la sospecha final es que aquí, potencialmente, yace un buen disco si las canciones hubieran sido trabajadas a cabalidad, y no quedaran como bocetos sostenidos en apenas un riff y un pulso de batería. En su sitio web Calamaro disecta cada título y ha proclamado el “existencialismo chatarrero” como el espíritu tras la obra. En una gran definición, quizás su mejor línea en mucho tiempo, para condensar lo que aquí presenta y encarna: rock trasnochado.