Vivito y coleando
EL SENTIDO de esta columna es intentar hacerme cargo de dos preguntas. La primera la escuché, muchas veces, allá por abril y mayo del año que termina: “¿Para qué van a servir estos encuentros locales y cabildos del proceso constituyente?”. Algunas personas hacían la pregunta con genuina curiosidad, otras explicitaban un rotundo escepticismo. La segunda pregunta, la que vengo escuchando en las últimas semanas, dice más o menos así: “Bueno y después de tanto ruido, ¿qué pasó?, ¿en qué quedó, a fin de cuentas, el proceso constituyente?”.
Dado que en pocas semanas más, el Consejo Ciudadano de Observadores, del que soy parte, dará a conocer sus informes finales de evaluación, quiero dejar muy en claro que las que siguen son apreciaciones provisorias y estrictamente perso- nales.
La inmensa mayoría de los que participaron en los más de 9.000 encuentros locales y los cerca de 70 cabildos valoraron altamente la experiencia. Desmintiendo los temores de algunos, todas las conversaciones se llevaron adelante en un ambiente de respeto y tranquilidad. A diferencia de lo que vemos tanto en las redes sociales, en estas reuniones cívicas no hubo ningún trolleo. No me cabe duda que contribuye a ello el hecho que estas conversaciones fueron frente a frente, con tiempo para desarrollar los conceptos y sin esconder la cara o la identidad.
Ahora bien, los diálogos ciudadanos nunca fueron pensados solamente como una bonita experiencia comunitaria
(que lo fueron) o una catarsis (que también lo fueron). Una de las principales responsabilidades que asumimos como Consejo Ciudadano de Observadores fue asegurar, precisamente, que todas las opiniones que se emitieron fueran recogidas fielmente y pudieran contribuir a impulsar el proceso político.
Es importante que se sepa, entonces, que el proceso no se ha congelado ni dormido. En los últimos meses, y de manera muy intensa, un grupo de especialistas ha estado llevando a cabo un monumental trabajo de sistematización de todo lo que los distintos grupos de conversación plasmaron en las actas respectivas.
Los diálogos sirvieron, entonces, para que 200.000 compatriotas ejercitaran músculos de discusión, educación y participación que, en términos generales, tenemos bastante atrofiados. Los diálogos sirvieron, además, para constatar áreas de acuerdo. En la medida que ningún grupo hegemonizó la conversación, el resultado muestra las diferencias razonables que existen entre nosotros. Todo eso sirve y mucho.
Hay que tenerlo claro. La etapa de diálogos no pretendió nunca sustituir la manifestación soberana del pueblo ni desplazar a las instituciones representativas. En sus números, y a primera vista, el proceso puede parecer modesto (aunque los que saben de ejercicios como éste a nivel comparado no dejan de maravillarse con el volumen de ciudadanos que se animó a involucrarse). Mi convicción, en todo caso, es que la difusión apropiada de las conclusiones dinamizará la discusión, enriquecerá la mirada de los especialistas y movilizará energías políticas. Como puede verse, el proceso está vivito y coleando. El proceso constituyente no se ha congelado ni dormido. La difusión apropiada de las conclusiones dinamizará la discusión.