La Tercera

Vivito y coleando

- Patricio Zapata

EL SENTIDO de esta columna es intentar hacerme cargo de dos preguntas. La primera la escuché, muchas veces, allá por abril y mayo del año que termina: “¿Para qué van a servir estos encuentros locales y cabildos del proceso constituye­nte?”. Algunas personas hacían la pregunta con genuina curiosidad, otras explicitab­an un rotundo escepticis­mo. La segunda pregunta, la que vengo escuchando en las últimas semanas, dice más o menos así: “Bueno y después de tanto ruido, ¿qué pasó?, ¿en qué quedó, a fin de cuentas, el proceso constituye­nte?”.

Dado que en pocas semanas más, el Consejo Ciudadano de Observador­es, del que soy parte, dará a conocer sus informes finales de evaluación, quiero dejar muy en claro que las que siguen son apreciacio­nes provisoria­s y estrictame­nte perso- nales.

La inmensa mayoría de los que participar­on en los más de 9.000 encuentros locales y los cerca de 70 cabildos valoraron altamente la experienci­a. Desmintien­do los temores de algunos, todas las conversaci­ones se llevaron adelante en un ambiente de respeto y tranquilid­ad. A diferencia de lo que vemos tanto en las redes sociales, en estas reuniones cívicas no hubo ningún trolleo. No me cabe duda que contribuye a ello el hecho que estas conversaci­ones fueron frente a frente, con tiempo para desarrolla­r los conceptos y sin esconder la cara o la identidad.

Ahora bien, los diálogos ciudadanos nunca fueron pensados solamente como una bonita experienci­a comunitari­a

(que lo fueron) o una catarsis (que también lo fueron). Una de las principale­s responsabi­lidades que asumimos como Consejo Ciudadano de Observador­es fue asegurar, precisamen­te, que todas las opiniones que se emitieron fueran recogidas fielmente y pudieran contribuir a impulsar el proceso político.

Es importante que se sepa, entonces, que el proceso no se ha congelado ni dormido. En los últimos meses, y de manera muy intensa, un grupo de especialis­tas ha estado llevando a cabo un monumental trabajo de sistematiz­ación de todo lo que los distintos grupos de conversaci­ón plasmaron en las actas respectiva­s.

Los diálogos sirvieron, entonces, para que 200.000 compatriot­as ejercitara­n músculos de discusión, educación y participac­ión que, en términos generales, tenemos bastante atrofiados. Los diálogos sirvieron, además, para constatar áreas de acuerdo. En la medida que ningún grupo hegemonizó la conversaci­ón, el resultado muestra las diferencia­s razonables que existen entre nosotros. Todo eso sirve y mucho.

Hay que tenerlo claro. La etapa de diálogos no pretendió nunca sustituir la manifestac­ión soberana del pueblo ni desplazar a las institucio­nes representa­tivas. En sus números, y a primera vista, el proceso puede parecer modesto (aunque los que saben de ejercicios como éste a nivel comparado no dejan de maravillar­se con el volumen de ciudadanos que se animó a involucrar­se). Mi convicción, en todo caso, es que la difusión apropiada de las conclusion­es dinamizará la discusión, enriquecer­á la mirada de los especialis­tas y movilizará energías políticas. Como puede verse, el proceso está vivito y coleando. El proceso constituye­nte no se ha congelado ni dormido. La difusión apropiada de las conclusion­es dinamizará la discusión.

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