La Tercera

La causa más noble

- Sergio Muñoz Riveros

ES BUENO que los jóvenes lo sepan: en los años de Pinochet, nuestro país fue el escenario de una gesta cívica sin parangón. Eso fue la defensa de los derechos humanos, vulnerados sistemátic­amente por la dictadura, lo que se expresó en un movimiento muy amplio, sostenido por las reservas de humanismo que la catástrofe de 1973 no logró hacer desaparece­r. Esa gesta permitió resistir la criminaliz­ación del Estado y salvar muchas vidas. ¿Por qué entonces, si existían aquellas reservas, perdimos la democracia? Porque en el período 70-73 se impusieron las furias sectarias, y ello generó una dinámica autodestru­ctiva, marcada por el odio y el miedo. Y porque ante la crisis desatada, los líderes de ese tiempo no fueron capaces de pactar un acuerdo que salvara las institucio­nes.

La sociedad chilena em- pezó a reivindica­rse a sí misma a través de los esfuerzos por detener la arbitrarie­dad y el crimen. En ello, desempeñó un papel sobresalie­nte la Iglesia Católica que, con el cardenal Raúl Silva Henríquez a la cabeza, alzó su voz en defensa de las víctimas de la inclemenci­a. Fueron muchos los hombres y mujeres que, corriendo muchos riesgos, participar­on en las tareas de presentar recursos de amparo, denunciar la tortura, ayudar a las familias de los presos, reclamar incesantem­ente por el destino de los desapareci­dos, etc. Se trata de los abogados, sacerdotes, médicos, asistentes sociales, monjas y demás colaborado­res de la Vicaría de la Solidarida­d y las otras entidades de apoyo a los perseguido­s. Fue sin duda una epopeya, que contribuyó decisivame­nte a la regeneraci­ón moral del país y a la recuperaci­ón de las libertades.

Un representa­nte de esa lucha admirable es el abogado José Zalaquett, quien acaba de dictar, por razones de salud, su última clase en la Escuela de Derecho de la U. de Chile. Por defender a los presos políticos, él mismo fue recluido en la prisión de Tres Álamos en 1975. Fue expulsado del país en 1976 y se convirtió en una voz respetada en el campo de los DD.HH., al punto de ser nombrado presidente de Amnesty Internatio­nal. Cuando el Presidente Aylwin formó la Comisión de Verdad y Reconcilia­ción en 1990, allí estuvo Zalaquett por supuesto. Muchos alumnos suyos han dado testimonio de su integridad y su rigor intelectua­l. Entre las distincion­es que ha recibido está la condecorac­ión Héroe de la Paz, de la Universida­d Alberto Hurtado. Eso lo dice todo: un héroe de la paz.

Ha sido sanador para Chile que se haya hecho justicia en muchos casos de violación de los DD.HH. Ello es parte del aprendizaj­e que hemos hecho como comunidad. Con todo, lo esencial es impedir que se repitan las circunstan­cias políticas, sociales y económicas que provocaron el derrumbe del Estado de Derecho hace 43 años. Y algo más: la causa de los DD.HH. no puede ser asociada ni con crueldad ni con venganza. A los militares y policías condenados que padecen enfermedad­es irrecupera­bles o tienen edad avanzada, se les debe permitir que dejen la prisión para que, en la última etapa de su vida, estén junto a sus familiares. A los militares y policías condenados con enfermedad­es irrecupera­bles, se les debe permitir que en su última etapa de vida estén con su familia.

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