La Tercera

El último grito

- Alvaro Vargas Llosa

EPor l atentado del Estado Islámico en Berlín no nos habla de la fortaleza sino de la creciente debilidad de la organizaci­ón terrorista que en 2014 proclamó el “califato” en Medio Oriente. Las traumática­s derrotas que ha sufrido este año, sin embargo, la han hecho más peligrosa en un frente: el de la política interna de los países occidental­es.

El Estado Islámico del sanguinari­o y audaz estratega Abu Bakr al Baghdadi llegó a controlar territorio­s con casi 8 millones de personas en Irak y Siria, establecer una presencia impactante en Libia y tomar cabezas de playa en otros lugares. Hoy, a lo sumo, controla no más del 20% de Siria y el 30% de Irak, pero no le quedan sino dos ciudades importante­s, Mosul en Irak y Raqqa en Siria, y ha perdido Sirte, su bastión libio. Los miles de militantes armados que han muerto a manos de sus enemigos –los Ejércitos sirio e iraquí, los rebeldes sirios, los kurdos, los turcos, los rusos, los estadounid­enses— los han convertido en una fuerza en declive.

Lo que no han perdido es capacidad para “inspirar” a fanáticos que viven en Europa o Estados Unidos –o que se infiltran— para que masacren a gente inocente, como acaba de ocurrir en Berlín (o a símbolos del enemigo, como el embajador ruso en Ankara). Esa violencia no conquistar­á para ellos el “califato” soñado, pero sí tiene un efecto grave, que es el de fortalecer a los movimiento­s de extrema derecha.

Estamos a pocos meses de los comicios que tendrán lugar en Holanda (marzo), Francia (mayo) y Alemania (septiembre), y en todos la ola de atentados del fanatismo islamista ha provocado trastornos.

En Holanda la extrema derecha de Geert Wilders va adelante y según los sondeos obtendrá más escaños que la suma de liberales y socialdemó­cratas que conforman el gobierno actual. Un socialdemó­crata ha roto con su partido y formado un movimiento que segurament­e se aliará con el tremebundo Wilders. El partido xenófobo se ha elevado como una cometa contra la política migratoria europea.

Marine Le Pen encabeza los sondeos en Francia y estará en segunda vuelta. Tal es la debilidad del socialismo, que el Presidente ha renunciado a intentar la reelección. No es seguro que la derecha y la izquierda puedan detener a la extrema derecha en segunda vuelta (como en 2002).

En Alemania, Angela Merkel buscará la reelección pero su política migratoria –aceptó el ingreso de 1,2 millones de personas por vía de los Balcanes— le cuesta una cotidiana sangría de votos. No sólo ha subido espectacul­armente la derecha xenófoba de Alternativ­a Para Alemania: sus propios socios socialcris­tianos de Bavaria amenazan con romper la coalición que los une a los democristi­anos de la actual canciller si no cambia radicalmen­te su política.

Cada acto de barbarie como el del camión que costó la vida a doce personas y dejó a otras 48 heridas es un revés para la democracia liberal y un viento de cola para el extremismo. Esto último no se manifiesta únicamente a través de los grupos racistas que van ganando amplio terreno sino mediante un desplazami­ento notorio de los términos del debate público hacia donde el Estado Islámico quiere llevarlo. Una ósmosis perturbado­ra hace que el extremismo contagie su discurso a los moderados; así, los moderados pasan a sonar extremista­s o, más bien, los extremista­s parecen ya no serlo tanto.

La democracia occidental, con aliados locales, está dando una batalla contra el Estado Islámico en el Medio Oriente. No está dándola con el mismo ímpetu en casa.

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