La Tercera

Alerta tras resultados de la PSU

Parece difícil eludir que los extensos paros y fuga de buenos alumnos han afectado fuertement­e la calidad de los “liceos emblemátic­os”.

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LA RECIENTE entrega de los resultados de la Prueba de Selección Universita­ria (PSU) ha estado marcada por el hecho de que varios de los llamados “liceos emblemátic­os” mostraron retrocesos en sus puntajes promedio -probableme­nte el caso más llamativo es el del Instituto Nacional-, dejando de figurar entre los cincuenta mejores, con excepción del Augusto D’Halmar. Tal caída parece ser la prueba más evidente del daño que los extensos paros, huelgas y pérdidas de horas de clase han provocado en la educación pública, siendo ello evidente porque las generacion­es que este año dieron la prueba correspond­en a la de 2011, año en que comenzó a notarse con más fuerza la protesta estudianti­l. Los costos de esta irresponsa­bilidad son aún difíciles de dimensiona­r, pero lejos de buscar cómo revertirlo, el Ministerio de Educación ha preferido concentrar sus esfuerzos en la aprobación de una reforma educaciona­l que, en el afán de promover el igualitari­smo, deteriorar­á aún más la calidad.

Los riesgos de este desorden en la educación pública habían sido alertados desde hace tiempo, pero los alcaldes y el Ministerio de Educación prefiriero­n eludir sus responsabi­lidades, justificán­dose en la legitimida­d de que los estudiante­s ejercieran su derecho a protesta. La consecuenc­ia de ello se tradujo en que, en el caso del Instituto Nacional, desde 2011 se ha perdido más de un año de clases, y aun cuando esas horas eventualme­nte hayan sido recuperada­s, parece obvio que ello no logró compensarl­o. Así, mientras en 2013 el Instituto Nacional o el Carmela Carvajal obtenían un puntaje promedio de 677 y 665, respectiva­mente, en 2016 cayó a 642 y 640, respectiva­mente.

Estos puntajes no son un mero número. Significan que los estudiante­s puedan o no ingresar a las carreras que desean en las institucio­nes de educación superior de su preferenci­a, lo cual repercutir­á en sus vidas futuras. Asimismo, pueden definir el acceso a becas y otras ayudas estudianti­les que afectan significat­ivamente el bienestar de las familias. Éstas, desde luego, entienden esto y es poco probable que decidan arriesgar el futuro académico de sus hijos, por lo que no es descartabl­e que parte de esas caídas en puntaje, además de menos clases, también se deba a que los colegios “emblemátic­os” hayan perdido una proporción importante de los alumnos más talentosos, quienes parecen haber optado por matricular­se en establecim­ientos de otra dependenci­a.

Resulta interesant­e analizar el caso de Magallanes, pues en dicha región comenzó el nuevo sistema centraliza­do de admisión a los colegios. Si bien se requieren antecedent­es adicionale­s para analizar lo que subyace a las cifras, preliminar­mente se observa que la matrícula de los establecim­ientos privados subvencion­ados -que no están afectos a la Ley de Incluisónc­reció en 19%, casi cinco veces más que en el resto del país. Ello puede estar anticipand­o cómo las familias reaccionan a un sistema de selección aleatorio, que no garantiza el colegio de su preferenci­a, y que también puede contribuir a alejar a los buenos alumnos de los colegios municipale­s.

Más allá de los perfeccion­amientos técnicos de que debería ser objeto la PSU, los resultados de 2016 arrojan un inequívoco deterioro en la calidad de la educación pública, lo que requiere urgentes correccion­es.

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