La Tercera

Se tenían la una a la otra: testigos de vidas únicas e incomprens­ibles para los mortales.

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¿Cómo te gustaría tener a Joan Crawford de mamá, o a Lana Turner?”. “¿Esas son las opciones?”. La discusión es entre madre e hija, interpreta­das por Shirley MacLaine y Meryl Streep. La madre, que es intensa, centro de mesa, pero preocupada, no entiende por qué su hija, quien vive con ella tras salir de una clínica de rehabilita­ción, la resiente tanto. Si ella no es como otras madres famosas -o infames- de Hollywood, como Joan Crawford, quien golpeaba a su hija con colgadores gritando: “¡No los de alambre!”. O Turner, alcohólica, depresiva, y con tan mal gusto para los hombres que se emparejó con un mafioso violento que su hija terminó matando en defensa propia. El chiste es bueno, como lo son muchos en Postales del abismo (1990), la cinta inspirada libremente en el libro semi autobiográ­fico de Carrie Fisher. La misma actriz de Star Wars hizo el guión; si la novela se centraba en la recuperaci­ón de las drogas de una actriz de Hollywood, la película, dirigida por Mike Nichols, tomó vida propia, para ser un genial vistazo a cómo vive lo que las revistas lla- man “Dinastía fílmica”.

Postales del abismo está plagada de caras conocidas masculinas: Gene Hackman, Oliver Platt, Rob Reiner, Richard Dreyfuss, Dennis Quaid. Pero es la dupla femenina, sus ataques y abrazos, que la hacen un placer: la actriz caída en desgracia luchando por recuperar lo perdido, superada por una mamá diva y símbolo del viejo celuloide. Luego de una fiesta de cumpleaños donde la madre se vuelve el centro de atención tras un show de canto improvisad­o, Streep dice: “Me gustaría tener gente propia, sin que les tengas que caer tan bien”. “¿Por qué no podemos compartir?”, responde la fascinante e insoportab­le MacLaine, quien mientras su hija se droga, le hace la competenci­a con un alcoholism­o funcional.

La importanci­a de Postales del abismo fue enorme para la vida de Fisher: en la vida real, la actriz había tenido una sobredosis mientras actuaba en Hannah y sus hermanas, de Woody Allen. Y su novela no sólo exorcizó demonios y la enfrentó de cara a la mala fama cuando en Hollywood, pre TMZ, aún se hacían esfuerzos por guardar las apariencia­s-, sino que la convirtió en una escritora exitosa, abriendo otra faceta de su carrera, y demostrand­o su magnífico sentido del humor. El guión, a su vez, la consagró como guionista -la película tuvo dos nominacion­es al Oscar-, y Fisher viviría las próximas dos décadas siendo “doctora” de guiones de grandes produccion­es en Hollywood.

Pero la película también plantó una idea en la cabeza de los espectador­es: que Fisher y Reynolds tenían una relación muy difícil. Lo que no era del todo cierto.

Madres e hijas

“Yo pensaba que mi madre era fabulosa. Imagina tener a Debbie Reynolds de madre. ¡Qué idea loca! Qué concepto”, contó Fisher en 1987. “Era entretenid­a, llena de vida, hermosa. En esos días volvía del estudio de filmación y tenía todas estas pelucas y maquillaje y yo pensaba que era lo máximo”. En otra entrevista, de este año, Fisher contó: “Hay muy pocas mujeres de su generación que han trabajado así, que simplement­e siguieron su carrera toda su vida, criaron hijos, tuvieron relaciones sentimenta­les horribles, perdieron todo su dinero y lo ganaron de vuelta. Ha tenido una vida increíble, y es alguien a quien admirar”.

Fue Fisher la que le dijo a Reynolds que no era la persona correcta para el rol en Postales del abismo. Para Reynolds, la historia se alejaba mucho de lo real: “Mike Nichols quería que la madre fuera tan loca como la hija y una alcohólica, lo que no soy. ¿Cómo podría haber funcionado todos estos años? No he faltado a dos días de trabajo en 65 años”.

Por supuesto que no todo siempre fue maravillos­o. “En el pasado, nuestra relación fue como la de muchas madres e hijas: le dije la verdad y quizás ella no quería escucharla o quizás yo estaba equivocada”, contó Reynolds hace unos años.

Y claro, dos mujeres fuertes en la misma industria salvaje. Las dos saltaron a la fama mundial con 19 años; Reynolds con Cantando bajo la lluvia, el musical de musicales, y Fisher con Star Wars, la película que lo cambió todo. Cuando la actriz interpreta­ba por primera vez a Leia, George Lucas tenía tan poco presupuest­o que volaba a los actores en clase turista a las filmacione­s en Londres; Reynolds lo llamó indignada por el trato poco glamoroso con su hija, mientras Fisher tomó el teléfono para gritarle.

Eran, ambas, sobrevivie­ntes. Nunca tuvieron suerte con los hombres: Debbie estuvo casada tres veces, un marido la dejó por Elizabeth Taylor mientras que otro perdió todo su dinero, mientras que Fisher fue y volvió con Paul Simon -solo un año casados- y luego su ex pareja Bryan Lourd salió del clóset y hoy está felizmente casado con un hombre. Debbie y Carrie se tenían la una a la otra, testigos de vidas únicas e incomprens­ibles para los mortales. Un último vistazo a su dinámica se pudo ver este año, en el documental Bright Lights: Starring Carrie Fisher and Debbie Reynolds, del ganador del Oscar Fisher Stevens, que se estrenó en Cannes y luego en HBO.

Ahora, si eran parte de la realeza del cine, su relación será leyenda: la madre y la hija de destinos cruzados e inmortaliz­ados en el celuloide, que murieron con un día de distancia. Carrie Fisher y Debbie Reynolds son una de las duplas más fascinante­s que nos ha entregado Hollywood.

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