La centroderecha ha vuelto a descubrir, aunque lentamente, su pasado más que centenario en Chile.
En cambio, la centroderecha quedará condenada a la parálisis
de persistir, como si fuese dogma pétreo, en el relato de la derecha
de Guerra Fría.
Las últimas elecciones en la UDI han puesto en la primera línea una tensión fundamental que atraviesa a la centroderecha chilena. Hoy, no existen sólo las usuales distinciones ideológicas de las últimas décadas, que permiten discernir corrientes conservadoras y liberales. Además, la cruza una nueva disputa.
Es lo que deja en evidencia la elección entre Bellolio y Van Rysselberghe. Hay una división (relativa, por cierto) entre quienes piensan en la necesidad de una renovación del pensamiento de la centroderecha y quienes apuntan a insistir en la síntesis de los años 70 y 80.
Aunque entre los renovadores hay muchos jóvenes, no es esta necesariamente ni sólo una disputa generacional. Entre los reformistas se dejan identificar dirigentes mayores. Podría mencionarse a Hernán Larraín o Andrés Allamand. Entre los más resistentes al cambio hay, de su lado, personas más jóvenes.
La diferencia tiene que ver, principalmente, con tres factores. Uno de ellos es, ciertamente, el generacional. Los menos antiguos no conocieron lo que significa vivir en un país amenazado por el marxismo internacional, un riesgo expresado en la aceptación, por parte de la izquierda más radical, de la vía armada, las expropiaciones violentas, en pesqueros soviéticos, en internaciones de armas y atentados. En los más jóvenes el miedo, que marcó a la generación mayor, es un elemento poco o nada determinante.
Un segundo factor diferenciador es la mayor ligazón de los reformistas con el mundo académico y de las humanidades. Los resultados son aún inciertos. Pero los esfuerzos que desde aquí y allá hacen políticos, columnistas y profesores han dado frutos de algún valor. El principal es que en la centroderecha se esté discutiendo con mayor intensidad la cuestión ideológica. No se habla –casi– sólo de economía, sino también de política. Incluso se ha aprobado un documento que requirió el esfuerzo de los cuatro partidos y de los independientes de Chile Vamos –la “Convocatoria política”–, el cual marca una distancia clara con la derecha de la dictadura y la transición y le da a la argumentación del sector un talante específicamente político.
Un tercer factor, ligado a los anteriores, es la mayor conciencia histórica y situacional de los reformistas. La centroderecha ha vuelto a descubrir, aunque lentamente, su pasado más que centenario en Chile, los desafíos a los que se vio enfrentada antes de Allende y la dictadura, la riqueza de su acervo intelectual – y que incluye a autores de la talla de Encina, A. Edwards y Mario Góngora–, su atención a las cuestiones sociales. Asimismo, se ha ido percatando de que la situación nacional es muy distinta a la de la dictadura y la transición, que hay un desajuste entre las pulsiones y anhelos populares y la institucionalidad. Que se requiere, entonces, de reformas importantes, para recomponer la convivencia y posibilitar dinámicas de colaboración entre clases y sectores (estatal y privado) que permitan desplegar la vida cultural y económica de la nación.
Si la centroderecha quiere ser un agente relevante en la conformación del país de las décadas que vienen y ofrecerle caminos de sentido, la opción más adecuada parece ser la de los reformistas. Ellos cuentan con herramientas conceptuales más sofisticadas, mayor perspectiva histórica y una percepción más atenta a la situación actual. Harían bien éstos, eso sí, en escuchar a la generación mayor y reparar en los extremos a los que puede inclinarse la izquierda (y la derecha) en un contexto de crisis.
En cambio, la centroderecha quedará condenada a la parálisis de persistir, como si fuese dogma pétreo, en el relato de la derecha de Guerra Fría. El miedo a los excesos de la izquierda no puede conducir a la centroderecha a evadir su desafío, el cual consiste, antes que en aferrarse a unas fórmulas, en comprender la realidad nacional, incluida la izquierda que tiene al frente. Sólo después de eso podrá entrar pertinentemente en la discusión con ella, convencer en la discusión pública con argumentos que apliquen y mostrarle, en esa discusión, al país, la mayor plenitud que su camino promete.