La Tercera

ESPACIOABI­ERTO Aborto: la distorsión de las palabras elusivas

- Gerardo Jofré

EL LENGUAJE es muy poderoso para determinar aspectos fundamenta­les de nuestras vidas. Esto no siempre lo sopesamos adecuadame­nte y nos parece que las palabras no tienen mayor trascenden­cia. Pero nos equivocamo­s cuando creemos que no tienen importanci­a.

Hay un dicho que es muy erróneo: “deja que los perros ladren, Sancho, señal es que cabalgamos”, palabras atribuidas a Don Quijote, y el primer error de este dicho es que él nunca las pronuncia en el libro.

Pero el principal error de este dicho es que dejamos que se usen y desvirtúen palabras que llevan al error y tarde o temprano debemos sufrir las consecuenc­ias del poder de las palabras que antes hemos subestimad­o.

No hay que “dejar que los perros ladren”. Hay que enfrentar las palabras cuando nos están conduciend­o por un camino pernicioso, antes de que los perros que ladran nos terminen mordiendo y sea demasiado tarde. Las palabras torcidas hay que confrontar­las, y eso se hace con palabras que pongan las cosas rectamente.

Aborto es una palabra antigua que significa privación del nacimiento. Esto puede ocurrir espontánea­mente o intenciona­lmente. Pero la intenciona­lidad no es del privado de nacimiento, sino de otros. El nacimiento, a su vez, es salir del vientre materno al mundo. No es comenzar la vida, sino comenzar la etapa de la vida que se desarrolla­rá ya fuera del vientre materno, dentro del cual ese ser humano estaba ya viviendo por más o menos nueve meses.

Hay ocasiones en que el médico se ve forzado a practicar un aborto intenciona­l como parte de un proceso terapéutic­o indispensa­ble para salvar la vida de la madre. Sin embargo, en esos casos la intención no es matar al ser humano en gestación, sino salvar a la madre, lo que tiene como resultado no deseado e inevitable, la muerte del mismo.

El embrión o feto es un ser humano. Los seres humanos reciben distintos nombres genéricos en sus distintas etapas vitales: embrión al inicio, a continuaci­ón, feto, en el momento de nacer se le denomina bebé o, en nuestro país y en Perú, guagua, más adelante, cambia a niño, lolo, joven, adulto, anciano, etc.. Pero siempre son seres humanos.

Los abortistas han dado al uso de las palabras embrión o feto un sentido deshumaniz­ador. Un senador definió el embrión o el feto como un montón de células y aminoácido­s. No soy médico, pero no creo que eso sea diferente en el caso de un ser humano ya nacido: “un montón de células y aminoácido­s”. Tal definición no me parece una mejor definición del hombre que el famoso “bípedo implume” de Platón. Sin embargo, los partidario­s del aborto se han aferrado a la deno- minación de feto para negar la humanidad del ser humano en su etapa de gestación.

Cuando hay un aborto con la intención de “liberar a la madre de su embarazo”, a un ser humano en gestación le es privado el nacimiento por otro ser humano. Para ello, al ser vivo que se está preparando para seguir su vida fuera del vientre materno, se le arranca prematuram­ente de éste y además se le quita la vida, se le mata, puesto que el objetivo del aborto es que el ser vivo que está nutriéndos­e y preparándo­se para una existencia autónoma, no siga viviendo. La intención es que muera. Entonces, quien es privado de nacer, es privado de vivir el resto de su vida. Como está vivo en el vientre materno, el ser humano abortado es matado.

Pero las palabras feto y aborto transforma­n esa matanza de un ser humano en una abstracció­n y en una cosa aparenteme­nte distinta. Así, los partidario­s de permitir el aborto, usando esas palabras elusivas, quitan de la vista el hecho de que un aborto intenciona­l es un homicidio de un ser humano en gestación, a través del uso de dichas expresione­s, más abstractas que persona y homicidio.

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