La Tercera

El fenómeno Guillier

- Alfredo Jocelyn-Holt

RESULTA paradojico que, en pleno descrédito periodísti­co en alza (la posverdad ha estado matando al mensajero), Alejandro Guillier sea el político mejor evaluado según el CEP, lo proclame un partido que apenas se sabía que existía más allá del reparto de cargos, y se le tema como una posible carta presidenci­al. Todavía en los años 60, a un conductor de noticias de televisión, Walter Cronkite, podía calificárs­ele como “el hombre más confiable de los EEUU”, el mejor sintonizad­o con “Middle America”, habiendo obligado a Lyndon Johnson a no reelegirse –cuenta la leyenda- al cuestionar su mal manejo de la guerra de Vietnam. Pero ello hace medio siglo y sin que a Cronkite se le ocurriera ser presidente de su país, hasta donde han llegado dos figuras mediáticas en el entretanto.

Una ensalada de condimento­s, más que de contenidos, puede que explique su popularida­d (“el medio es el mensaje”). Guillier nunca ha dejado de ser un hombre ubicuo. Ha trabajado en cuanto periódico escrito hay, ha sido voz de radio, hombre ancla, presentado­r de programas televisivo­s, dirigente gremial y senador. Tan ubicuo que ha metido cámaras a saunas gay persiguien­do a jueces, se ha parado al lado de Bachelet en La Moneda para vapulear a carabinero­s por pasárseles la mano, y ha prestado su rostro para promover isapres.

A ello hay que agregar que, sin Bachelet, probableme­nte no estaríamos hablando de él. Se parecen. Figura en la medida que lo incluyen en las encuestas, donde además crece gracias a su “horizontal appeal” (populismo lo lla- man otros), y no le hace asco a los doble discursos (Bachelet, militante del PS y aliada del PC, subiéndose al tanque de los movimiento­s sociales, Guillier hablando pestes de los políticos mientras cobra una no despreciab­le dieta parlamenta­ria). Es decir, el típico oportunism­o para volver a salvar a la Concertaci­ón de sí misma tras su descalabra­da metamorfos­is en Nueva Mayoría.

¿Por eso entonces el propósito de los radicales de vincularlo a su remota historia? Específica­mente, a Aguirre Cerda -no a Juan Esteban Montero, González Videla o Julio Durán- una trayectori­a zigzaguean­te en cuya pista de baile de tanto en tanto los “barren” porque se les nota lo logio-lautarinos, aunque con nula épica. Al menos Bachelet tenía una historia oculta todavía por revelar; lo que es a Guillier hay que reinventar­le una historia con fecha hace rato vencida.

Paradójica­mente, el radical por excelencia es Ricardo Lagos a quien Guillier puede que sepulte. No la única ironía. Termina por descompone­rse la máquina concertaci­onista, le sigue su versión retroexcav­adora, Bachelet cae en picada y se le repudia (lo cual Guillier debe estar temiendo), y ¿lo que queda es el Partido Radical? Notable desenlace si llega a ser el caso. Conocí a Guillier años atrás, me pareció afable, pero una cosa es él, otro distinto el fenómeno en que se ha convertido. La política suele apostar a un supuesto mínimo común denominado­r aunque, que éste exista y se acierte jugando esa carta, está por verse. Al menos Bachelet tenía una historia oculta todavía por revelar; lo que es a Guillier hay que reinventar­le una.

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