La Tercera

Cuando las medidas penales y policiales son ineficaces, eso no significa que no exista estado de derecho; significa que no son suficiente­s o no son las adecuadas por la naturaleza del problema a resolver.

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PARA JUZGAR lo expuesto por la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa) en orden a que en la Región de La Araucanía no estaría rigiendo el estado de derecho, creo que es necesario distinguir para unir. Es efectivo que desde unos 20 años a la fecha, la Región vive un clima social diferente al que se vive en otras zonas del país; negarlo sería no ser realista. El problema para la Sofofa es que ella niega la existencia de un conflicto social y caracteriz­a dicha situación como un problema delincuenc­ial y de orden público; y comete el mismo error de diagnóstic­o en que han incurrido los distintos gobiernos que ha tenido nuestro país en ese mismo lapso. Y, como consecuenc­ia de ese diagnóstic­o, pretende y exige aplicar las mismas viejas recetas punitivas que se han demostrado fracasadas con dos aditivos; uno que a raíz del fracaso de las recetas denuncia que el estado de derecho ya no existe en La Araucanía y dos, ahora demanda al gobierno “tomar medidas urgentes y excepciona­les haciendo uso de todas las facultades que contempla nuestro ordenamien­to institucio­nal”.

Respecto del aditivo uno la afirmación de la Sofofa es temeraria puesto que decir que no existe estado de derecho en La Araucanía, es afirmar que el Poder Ejecutivo, el Poder Judicial, el Ministerio Público y las respectiva­s policías -todos órganos con competenci­as constituci­onaleshan dejado de cumplir sus obligacion­es, las que les demanda la Carta Fundamenta­l y por ende han hecho abandono de sus deberes. Pero la realidad nos dice que frente a cada hecho acaecido que presente caracteres de delito, se ha puesto en marcha el aparato jurisdicci­onal del Estado para el establecim­iento de las respectiva­s responsabi­lidades penales y civiles, que se han traducido en procesos pendientes o terminados y, en el caso de estos últimos, con sentencias condenator­ias o absolutori­as como correspond­e a un estado de derecho. Y a ello agréguese que La Araucanía es la Región -proporcion­almentecon más policías en el país, lo que ha llevado a algunos a sostener que estamos en presencia de una verdadera “militariza­ción”.

El segundo aditivo -camuflado bajo un lenguaje jurídico- es que la Sofofa está pidiendo derechamen­te la intervenci­ón de las FF.AA. por medio de la declaració­n de un estado de excepción constituci­onal, lo que no solo desvirtúa la misión de aquellas sino que constituye una verdadera irresponsa­bilidad política.

¿Por qué digo todo esto? Porque cuando las medidas procesales penales se demuestren ineficaces ello no significa que no exista el estado de derecho; significa que éstas no son suficiente­s, o no son las adecuadas o las pertinente­s, atendida la naturaleza del problema que se pretende resolver; y si no, basta ver la situación de la delincuenc­ia de la capital, colusiones incluidas.

¿Por qué, no obstante todas las medidas policiales y las procesales penales, se siguen repitiendo, una y otra vez, en La Araucanía, los hechos de violencia? Porque el problema es de naturaleza política y por lo tanto su solución no puede ser entregada a las policías o a los Tribunales. Los problemas políticos los deben resolver los políticos como sucedió en Nueva Zelanda, Canadá y todos los países desarrolla­dos. Pero, para que ello suceda las clases dirigentes deben conocer la historia de su país. Deben conocer cómo llegó y se formó el Estado en la Región de La Araucanía en la última parte del siglo 19. Bien harían los señores dirigentes de la Sofofa en conocer esa historia y ahí se darían cuenta que el estado de derecho se quebrantó en Chile cuando el Estado cruzó el Bío Bío y le arrebató al pueblo mapuche, a sangre y fuego, cuatro millones y medio de hectáreas de las que era dueño y los dejó reducidos a la pobreza y a la discrimina­ción. La historia nunca termina de escribirse. Por eso en una sociedad democrátic­a, como la nuestra, la violencia no tiene justificac­ión, pero el deber de sus dirigentes es buscarle una explicació­n, para tomar decisiones sabias que, finalmente, conduzcan a la paz social basada en la justicia y no en la represión.

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