El nuevo orden de Trump
IPor mposible prever cuánto se parecerá el mundo, dentro de cuatro o de ocho años, al diseño de Trump. Pero una cosa está clara: si ese mundo se parece aunque sea una pizca al que ha anunciado, habrá muchos muertos y heridos. Los desafíos pueden agruparse en tres categorías. El primero es ideológico aun cuando el populismo de Trump no es, como no lo es ningún populismo, un dogma ideológico. El segundo es comercial con una dimensión política. El tercero es más bien geopolítico.
El desafío internacional de corte ideológico tiene que ver con el rediseño planteado por Trump del orden internacional post-Segunda Guerra Mundial, basado en la defensa de la democracia liberal a partir de la alianza estrecha de Washington con Europa a través de la OTAN y otros mecanismos, la promoción de la libertad política y económica, y la integración. Obviamente, en muchos períodos esto no sólo no se cumplió sino que las propias democracias liberales erosionaron su autoridad moral. Pero ese fue el paradigma.
Trump no quiere ese orden. El nacionalismo, el ejercicio de la autoridad y la desagregación de aquellas formaciones basadas en el internacionalismo liberal, incluyendo la OTAN y la Unión Europea, son su prioridad. De allí que tenga más empatía con Vladimir Putin que con los aliados europeos, como lo demostró su chocante entrevista en The Times, de Londres, y que el “Brexit” asome como uno de sus grandes entusiasmos.
Su crítica a la OTAN, como suele ocurrir en estos casos, no está exenta de cierta razón: el gasto defensivo de Estados Unidos ha sido desproporcionado y Europa no ha puesto nunca suficiente carne en el asador de su propia defensa. Pero eso en parte ha ido cambiando: este año, Washington carga con el 22% del presupuesto de la OTAN, Alemania lo hace con 14%, Francia con casi 11%, Reino Unido con 10%, etc.
Es cierto que sólo cuatro países europeos gastan el 2% de su PIB en defensa –la meta señalada por la OTAN-, pero la proporción basante más elevada que gasta Estados Unidos tiene que ver con su presencia militar en todo el mundo. Sin embargo, el tono y el mensaje de Trump no parecen apuntar tanto a la corrección de esto desequilibrios como a la superación de estas estructuras de la segunda mitad del siglo XX. De allí en parte su afinidad con Putin.
El segundo desafío es comercial: Trump quiere frenar, o desacelerar, la globalización que deslocaliza negocios, diversifica cadenas de suministro y desnacionaliza buena parte de aquello que se produce y consume. Allí tiene frentes abiertos con México, China y Japón, muchas multinacionales y todos los organismos multilaterales. De cuánto se resienta la economía estadounidense por todo esto, dependerá el que Trump lleve o no muy lejos su desafío. Pero dice mucho el que Xi Jinping, el líder chino, un nacionalista orgulloso donde los haya, se haya convertido esta semana en el campeón de la globalizacón en la reunión de Davos. Los palos en la rueda que pondrá Trump a la locomotora de la globalización económica supondrán un ajuste o adaptación traumática para gobiernos e intereses internacionales. Todo esto vendrá aparejado de confrontaciones políticas.
Por último está el frente geopolítico. Aquí lo fundamental es que Trump quiere reducir a China a una escala menor de la que tiene. Para ello se inclina por distintos instrumentos, como la cercanía con Putin, el fin de la política de “Una China”, lo que supone reconocer a Taiwán en los hechos si no en la forma, y responder con mayor musculatura a los avances de Beijing en su estrategia hegemónica en el Mar de China Meridional y el Mar de China Oriental. No es seguro que Beijing quiera aceptar ese choque de titanes; podría decantarse por un bailoteo alrededor de Trump al estilo de Muhammad Alí contra George Foreman. En cualquier caso estamos hablando de un confrontación.
Son demasiados desafíos, y demasiados enemigos, para que Trump pueda lograr que el mundo sea, dentro de cuatro u ocho años, el que hoy anuncia. Pero, aun siendo improbable que pueda llegar muy lejos en su propósito de modificar el orden mundial que conocemos, no hay duda de que muchas de las instituciones existentes sufrirán traumas, en parte porque están desgastadas, en parte porque algunas han cumplido su ciclo tal y como las conocemos, y en parte porque el poder de Estados Unidos es todavía muy grande… para lo bueno y para lo malo.