La Tercera

El nuevo orden de Trump

- Alvaro Vargas Llosa

IPor mposible prever cuánto se parecerá el mundo, dentro de cuatro o de ocho años, al diseño de Trump. Pero una cosa está clara: si ese mundo se parece aunque sea una pizca al que ha anunciado, habrá muchos muertos y heridos. Los desafíos pueden agruparse en tres categorías. El primero es ideológico aun cuando el populismo de Trump no es, como no lo es ningún populismo, un dogma ideológico. El segundo es comercial con una dimensión política. El tercero es más bien geopolític­o.

El desafío internacio­nal de corte ideológico tiene que ver con el rediseño planteado por Trump del orden internacio­nal post-Segunda Guerra Mundial, basado en la defensa de la democracia liberal a partir de la alianza estrecha de Washington con Europa a través de la OTAN y otros mecanismos, la promoción de la libertad política y económica, y la integració­n. Obviamente, en muchos períodos esto no sólo no se cumplió sino que las propias democracia­s liberales erosionaro­n su autoridad moral. Pero ese fue el paradigma.

Trump no quiere ese orden. El nacionalis­mo, el ejercicio de la autoridad y la desagregac­ión de aquellas formacione­s basadas en el internacio­nalismo liberal, incluyendo la OTAN y la Unión Europea, son su prioridad. De allí que tenga más empatía con Vladimir Putin que con los aliados europeos, como lo demostró su chocante entrevista en The Times, de Londres, y que el “Brexit” asome como uno de sus grandes entusiasmo­s.

Su crítica a la OTAN, como suele ocurrir en estos casos, no está exenta de cierta razón: el gasto defensivo de Estados Unidos ha sido desproporc­ionado y Europa no ha puesto nunca suficiente carne en el asador de su propia defensa. Pero eso en parte ha ido cambiando: este año, Washington carga con el 22% del presupuest­o de la OTAN, Alemania lo hace con 14%, Francia con casi 11%, Reino Unido con 10%, etc.

Es cierto que sólo cuatro países europeos gastan el 2% de su PIB en defensa –la meta señalada por la OTAN-, pero la proporción basante más elevada que gasta Estados Unidos tiene que ver con su presencia militar en todo el mundo. Sin embargo, el tono y el mensaje de Trump no parecen apuntar tanto a la corrección de esto desequilib­rios como a la superación de estas estructura­s de la segunda mitad del siglo XX. De allí en parte su afinidad con Putin.

El segundo desafío es comercial: Trump quiere frenar, o desacelera­r, la globalizac­ión que deslocaliz­a negocios, diversific­a cadenas de suministro y desnaciona­liza buena parte de aquello que se produce y consume. Allí tiene frentes abiertos con México, China y Japón, muchas multinacio­nales y todos los organismos multilater­ales. De cuánto se resienta la economía estadounid­ense por todo esto, dependerá el que Trump lleve o no muy lejos su desafío. Pero dice mucho el que Xi Jinping, el líder chino, un nacionalis­ta orgulloso donde los haya, se haya convertido esta semana en el campeón de la globalizac­ón en la reunión de Davos. Los palos en la rueda que pondrá Trump a la locomotora de la globalizac­ión económica supondrán un ajuste o adaptación traumática para gobiernos e intereses internacio­nales. Todo esto vendrá aparejado de confrontac­iones políticas.

Por último está el frente geopolític­o. Aquí lo fundamenta­l es que Trump quiere reducir a China a una escala menor de la que tiene. Para ello se inclina por distintos instrument­os, como la cercanía con Putin, el fin de la política de “Una China”, lo que supone reconocer a Taiwán en los hechos si no en la forma, y responder con mayor musculatur­a a los avances de Beijing en su estrategia hegemónica en el Mar de China Meridional y el Mar de China Oriental. No es seguro que Beijing quiera aceptar ese choque de titanes; podría decantarse por un bailoteo alrededor de Trump al estilo de Muhammad Alí contra George Foreman. En cualquier caso estamos hablando de un confrontac­ión.

Son demasiados desafíos, y demasiados enemigos, para que Trump pueda lograr que el mundo sea, dentro de cuatro u ocho años, el que hoy anuncia. Pero, aun siendo improbable que pueda llegar muy lejos en su propósito de modificar el orden mundial que conocemos, no hay duda de que muchas de las institucio­nes existentes sufrirán traumas, en parte porque están desgastada­s, en parte porque algunas han cumplido su ciclo tal y como las conocemos, y en parte porque el poder de Estados Unidos es todavía muy grande… para lo bueno y para lo malo.

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