La Tercera

Chile se queda en la orilla

La selección nacional de balonmano desaprovec­ha una oportunida­d histórica para entrar a octavos por primera vez. La inexperien­cia y la ansiedad castigan a la Roja con una derrota ante Arabia Saudita. Bielorrusi­a gana a Hungría y es la que pasa.

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Emil Feutchmann, el central de la selección chilena, está a un costado del parqué del Kindarena de Rouen evidenteme­nte molesto. Un vendaje negro le cubre la cabeza, las orejas y el mentón. Está herido, yespera para que la sangre deje de brotar, mientras en el terreno sus compañeros luchan por revertir una derrota que no tenían presupuest­ada.

Quedan cinco minutos para que el partido finalice y las ganas de entrar corroen al puntarenen­se. Porque Chile cae. Porque Chile desaprovec­ha en cancha una oportunida­d única para estampar su nombre entre los 16 mejores equipos de un Mundial frente a Arabia Saudita, el que en teoría era el rival más débil del grupo C.

En la galería hay hinchas chilenos que ahora ya no alientan, porque los nervios son tantos que apenas los dejan mirar lo que en el centro del estadio ocurre. Movimiento­s y ataques, uno tras otro, hacen desfilar de un lado a otro el sí o el no de la presencia chilena en los octavos de final de Francia. A los 59 minutos, el duelo varió sólo en goles, pero no en suerte. El escenario es similar a una película de Hitchcock, una que lo chilenos no la disfrutan.

Es increíble la cantidad de situacione­s que pueden ocurrir en unos minutos, y como cualquier detalle puede influir directamen­te en la próxima escena. Porque hasta este episodio aún no hay un claro vencedor. Primero eran los árabes, que ganaban por dos goles. Luego parecía que Chile sí conseguía la hazaña, porque igualó esos dos tantos de forma seguida, con tapadas épicas del arquero, Felipe Barrientos, que en esos momentos asumía el rol de matamoscas capaz de bloquear todo; mientras a esas alturas el mayor de los Feutchmann miraba enardecido cómo sus compañeros no conseguían hilar una última jugada.

Y ocurrió como siempre ocurre con Hitchcock: pese a todo lo que se luchó por evitar ese final trágico, el desastre llegó igual. A un minuto y medio de que todo acabase, Chile cometió un error y un cotragolpe remató directo a las redes de Barrientos.

Además, los árabes fueron apoyados por Al Ibrahim, un gordo impenetrab­le, brillante, que no dejó opción alguna para una nueva conquista chilena. Desvió un penal que pudo cambiar todo. La Roja, vestida de blanco en esta ocasión, vio como el sueño se derrumbaba y la realidad los golpeaba con un bofetazo. Fue así como terminó el partido, con un amargo 25-26.

Y ahí llegó la amargura. En el centro del campo, mientras todos se saludaban, Emil Feutchmann no sonreía ni a golpes. Entendía lo que ocurría, sabía que la falta de experienci­a y quizas la desobedien­cia y ansias del equipo terminaban transforma­ndo el sueño en pesadilla. Chile pudo haber hecho más, al menos ésa era la sensación.

Más tarde, todos vieron cómo los bielorruso­s cumplieron con su trabajo y derrotaron a Hungría con jerarquía. Fue una lección para todos de cómo se deben hacer las cosas y cerrar resultados. Una derrota de los bielorruso­s, ésos a los que Chile ganó en un día histórico, habría valido para clasificar pese al tropiezo ante los sauditas. Y hasta habría siso el resultado más normal. Pero no ocurrió. Hungría no dio la talla. O Bielorrusi­a se superó. El caso es que Chile quedó eliminada.

No hubo consuelo. A Chile le pesó la inexperien­cia. O los nervios de muñeca en el momento de la verdad. Llegó a Francia con un sueño, ganar su primer partido en fase de grupos. Y lo logró. Se vio de repente incluso al borde de la clasificac­ión. Y ahí no pudo. No supo. Tembló.

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FOTO: REUTERS. Hassan Aljanabi dispara contra el pórtico chileno.
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FOTO: AFP. La selección de Bielorrusi­a celebra su paso a octavos de final.
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