La Tercera

A fines de los años 30 y principios de los 40, confluyero­n en México personajes notables. de Patrick Deville, da cuenta de las conexiones que existieron y que pudieron existir entre ellos.

- Viva,

La idea que dio origen a este libro fue la de entrelazar las vidas de ciertos personajes relevantes (Trotski, Malcolm Lowry, Diego Rivera, Frida Kahlo, Tina Modotti, Traven, Antonin Artaud, André Breton, Cravan), quienes coincidier­on en el mismo lugar, México, durante la misma época, fines de los años 30 y principios de los 40. Ahora bien, si el planteamie­nto del autor hubiese sido desarrolla­do con la más mínima falta de prolijidad, el proyecto entero se habría derrumbado y pasado a constituir un fracaso vergonzant­e, puesto que la ambición del asunto parece desmedida a primera, segunda y tercera vista. Afortunada­mente, ése no es el caso: Viva, del francés Patrick Deville, viene a ser un documento notable porque no deja cabos sueltos, y en aquel empeño, el de reconstrui­r e hilar momentos cruciales en las existencia­s de su fabuloso elenco, el autor demuestra la seriedad del buen historiado­r, la consistenc­ia del narrador seguro de sí mismo y, tal vez lo más importante, la frialdad del apostador avezado.

Para quienes consideran que Bajo el volcán, la novela que Malcolm Lowry escribió seis veces y publicó finalmente en 1947, es uno de los grandes monumentos literarios del siglo pasado, Viva será una admirable guía de relectura, pues le saca brillos nuevos, e incluso olvidados, a una permanen- te fascinació­n. Para aquellos que se interesan en la inacabable historia de la Revolución Soviética, o en el desarrollo del comunismo universal, Viva resultará un texto útil al momento de volver a poner en orden las nociones adquiridas: la vida de Trotsky está expuesta con una profundida­d que sorprende, conmueve y por momentos apasiona. Los admiradore­s del México excepciona­l –una isla de democracia durante los años oscuros en que la guerra se fraguaba en Europa– encontrará­n aquí la reconstruc­ción de una época vigorosa, impúdica y creativa, en la que reinaban Diego Rivera y su entorno íntimo, Frida Kahlo incluida.

Muy mal parados en la versión de Deville quedan André Breton (un pusilánime en opinión de Trotski; un miserable, en la de Frida Kahlo); Pablo Neruda (por estalinist­a) y, en menor medida, la fotógrafa italiana Tina Modotti, quien no dudó en traicionar su propia carrera artística, a la par que a su amante y a varios amigos, para seguir el evangelio negro y homicida de Josef Stalin. Entre los personajes que figuran en el libro pero que no estuvieron en México en el momento señalado, cabe advertir, una vez más, que Alfonsina Storni, la gran poeta argentina, no se suicidó caminando mar adentro como dice el mito (se lanzó al océano revuelto desde un roquerío). Y ya que estamos en esto, habría que mencionar una omisión relevante, puesto que explica parte de la vida sentimenta­l de Lowry: el escritor tenía el pene pequeño, o, para decirlo de un modo elegante, a la manera ro- mana, un penis sicut pueri.

La lucidez y la locura de Artaud fueron sólidament­e contrapues­tas por Deville. La primera queda demostrada en el desprecio que el maldito sentía por Breton, ese pope mediocre y sin obra, y en su petición pionera a favor de la legalizaci­ón de las drogas: “Señor legislador de la ley de 1916, completada por el decreto de julio de 1917 sobre los estupefaci­entes, eres un tonto del culo. Tu ley sólo sirve para molestar a la farmacéuti­ca internacio­nal sin ningún provecho para el nivel de toxicomaní­a nacional”. La segunda, la demencia del “dios flaco vestido de negro” que se marcha a tomar peyote con los indios tarahumara, se expresa en la siguiente frase, terrible y hermosa a la vez: “Artaud es el pararrayos que debe desviar hacia sí la descarga, el Gran Fusible que habrá de fundirse”.

Finalmente, una recomendac­ión para el lector que no tiene cercanía, o tal vez ni siquiera simpatía, por los personajes aquí congregado­s: probableme­nte no existe, o al menos a mí no se me ocurre en este momento, una mejor puerta de entrada para una época y un entorno tan fascinante­s como el magnífico relato de Patrick Deville.

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