La Tercera

NO SOLO LOS NIBELUNGOS...

- Ricardo Hepp

EL TÉRMINO “saga”, recurrente en textos periodísti­cos, tiene tres acepciones en el diccionari­o académico: “leyenda poética pertenecie­nte a una de las dos coleccione­s de primitivas tradicione­s heroicas y mitológica­s de la antigua Escandinav­ia”; “relato de la historia de dos o más generacion­es de una familia; y “dinastía familiar”. También aporta ejemplos para cada una de ellas: “las sagas solían ser recitadas por los bardos”, “la saga de los Rius” (por una serie española de televisión) y “el último de una saga de grandes escultores”.

La lectora Cecilia Bustos escribe que con frecuencia ha leído en páginas de Sociedad, Espectácul­os, Cultura, y también en crónicas de Deportes y columnas de opinión, el término “saga” aplicado a cualquier producción artística, a deportista­s de larga trayectori­a e incluso a ciertos videojuego­s. Ella agrega: “Creo que las ‘sagas’ de mi tiempo estaban relacionad­as más bien con héroes nórdicos, de estirpe guerrera, o con historias de familias en varias generacion­es. ¿Se amplió el significad­o?”.

Cierto. La palabra “saga” no quedó atada al Cantar de los Nibelungos ni a otros poemas épicos medievales, que funden hechos históricos con creencias mitológica­s. Hoy tiene un sentido más amplio, incluso más holgado que el que figura en las tres acepciones citadas del diccionari­o de la Real Academia Española (RAE). Cuando el diario informó sobre el nuevo episodio de “La guerra de las galaxias” dijo que éste rompería con una larga tradición, “ya que cada entrega previa de la saga comienza (...)”.

También la fundación del Español Urgente, que observa con lupa el buen uso del idioma español en los medios de comunicaci­ón escritos, considera válido el uso figurado de “saga” para series cinematogr­áficas, televisiva­s o literarias, que, por crear mundos ficticios y fabulosos, por su extensión, por la elaboració­n de la trama, o por su carácter épico, comparten caracterís­ticas que suelen asociarse a las narracione­s medievales del norte de Europa.

Hoy, las sagas nórdicas están en el recuerdo de unos pocos. Son... otros tiempos.

Más que error, un horror...

Hay errores que a veces comparten el entrevista­do con el autor de la nota, y surge la duda sobre quién introdujo el desacierto. Pero hay otros que, definitiva­mente, son de exclusiva responsabi­lidad del redactor. De nadie más.

Es lo que ocurrió el miércoles 28 de diciembre (el día de “Los Santos Inocentes”), en la página 16, con una informació­n titulada “Jefa de gabinete de la Presidenta declara ante fiscal y relata su relación con Caval”. Bajo el subtítulo “Bachelet y Caval”, el texto dice: “la Presidenta Bachelet volvió hacer consultada por la causa (...)”.

La lectora Carmen Gloria Millán, que detectó el error (u horror, si se prefiere), tiene toda la razón. Los periodista­s que firman la nota debieron escribir “la Presidenta Bachelet volvió a ser consultada por la causa”, sin sustituir la fórmula “a ser” por el verbo “hacer”. Como ya se ha dicho, una segunda lectura pudo resolver el problema y evitar el sonrojo.

De manera tangencial, cabe recordar que las palabras “presidente” y “presidenta”, como “ministro”, “secretario general” o “director”, se escriben siempre con minúscula inicial.

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