La Tercera

El apellido reiterativ­o

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En Punta Arenas, una de las ciudades más australes del mundo, la palabra Feuchtmann es sinónimo de balonmano. Y esto a pesar de que Emil Feuchtmann y Mariela Pérez dejaron la ciudad hace 24 años, cuando iniciaron su viaje rumbo a Santiago. Hoy, a más de 12.000 km de su ciudad sureña, sus hijos Emil, Inga, Harald y Erwin triunfan en la élite de este deporte, y los tres varones están representa­ndo a Chile en el Mundial.

“Siento orgullo y una felicidad tremenda”, dice Inga, la única mujer del clan y la primera balonmanis­ta chilena en jugar en clubes europeos, al referirse a la participac­ión de sus hermanos. “Desde que tomaron la decisión de irse de casa, han luchado por llegar lejos, y por demostrar que como chilenos se puede vivir de esto”. La decisión de dejar la familia no fue fácil, y menos mantenerse en Europa.

El primero en cruzar el charco fue Emil. Motivado por Patricio Martínez, el primer balonmanis­ta chileno en emigrar a Europa. El mayor de los hermanos tuvo que trabajar como garzón en restaurant­es y bares para poder sustentars­e. “Fue complicado al principio. Nadie conocía a balonmanis- tas chilenos ni latinoamer­icanos. Comencé jugando en categorías bajas en España”, cuenta Emil. Hoy juega en el Wacker Thun, de los más importante­s de la liga de Suiza. El resto de sus hermanos se reparte en otros tres países: Harald defiende al Waldbûttel­brunn, de Alemania, y Erwin, al Westwien, en Austria. La hermana, Inga, está en el Sporting La Rioja, de España. Ocasiones como el Mundial son de las pocas en que la familia logra reunirse.

Luego del de España 2013, los Feuchtmann, junto a Martínez, renunciaro­n a la selección chilena, debido a problemas con el ex entrenador del equipo, Fernando Capurro. La salida fue bastante bullada. “Era su filosofía. No calzaba con lo que nosotros entendíamo­s que debía ser la selección. En el Mundial de España, después del partido contra Qatar, hubo una catarsis, y decidimos dejar el equipo”, explica Emil.

Hoy, la relación entre los hermanos y la selección vive un gran momento tras la llegada a la banca del español Mateo Garralda, campeón del mundo como jugador en 2005. Emil lo describe así: “Tiene naturaleza de entrenador. Tácticamen­te tiene ideas bastante claras. Fue jugador, y eso es un plus. Hay entrenador­es que no han sido jugadores y no entienden tu onda dentro de la cancha. Como él lo fue, entiende lo que sientes, y te puede ayudar en más factores”.

Los Feuchtmann ahora se han institucio­nalizado. El objetivo familiar es que en Chile el balonmano se profesiona­lice. “Siempre tuvimos la idea de hacer algo y de devolver todo lo que nos dio el balonmano”, dice Inga desde Ruan, Francia. “En 2013 comenzamos con una escuela formativa en Santiago. Eran siete niños que entrenaban en las canchas de la Facultad de Economía y Negocios de la Universida­d de Chile. Hoy son más de 120 deportista­s, en cinco categorías distintas, que entrenan en tres centros deportivos”.

“En Europa el balonmano es un deporte totalmente profesiona­l. Puedes vivir de eso. Te pagan. Además hay una estructura acorde. Existen ligas, fanáticos, gimnasios apropiados. En Chile nunca ha habido una estructura clara. Los buenos resultados se deben mucho a esfuerzos personales”, dice Inga. Y agrega: “Al año juego entre 70 a 100 partidos. En Chile con suerte juegas 20. Esos números influyen”.

“Vivir del deporte en Chile es imposible, y eso nos ha obligado a emigrar”, afirma Emil. “Igual la participac­ión de la selección en el Mundial ayuda a que la gente se motive. Obedece a un cambio cultural. Chile está siendo un país más deportivo, y eso se ve”.

Feuchtmann, un apellido de complicada pronunciac­ión que se ha apoderado de las alineacion­es de Chile en el Mundial. Emil, Harald y Erwin, algo así como la columna vertebral de un equipo que puso a soñar al país durante unas horas. Se quedaron en la orilla. Hoy juegan ante Bahrein en la lucha de consolació­n.b

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