Doble Tentación: un show más
ES divertido tratar de calcular cuánto le debe Mega a Oriana Marzoli. Doble tentación no sería nada sin ella. Venezolana residente en España, debutó en las pantallas chilenas hace un par de años en Amor a prueba y se convirtió, casi de inmediato, en la villana preferida de ese reality, una celebridad que explotó a tal punto que repitió el rol en Volverías con tu ex. De hecho, ahora volvió como el centro de los primeros capítulos de este nuevo reality de Mega que se estrenó el lunes. Racista, clasista, xenófoba, violenta e histérica, ella es la figura que empuja al programa al precipicio de un éxito demente. A estas alturas, en poco más de cuatro capítulos, Marzoli ya agredió una compañera tratándola de “mandril”, lloró por razones desconocidas una y otra vez, coqueteó con un chico a vista y paciencia de su ex y gritó hasta que todo lo que decía empezó a carecer de sentido.
¿Puede molestarnos lo anterior? Sí, obvio. Es impresentable y no debería ser exhibido en TV. Pero también todo esto ya lo vimos. No podemos esperar más viniendo de donde viene. Es lo que busca el formato. No nos engañemos. Estamos ante un reality show; algo que vemos porque se trata de basura emocional empaquetada en un culebrón sin un destino claro y con la esperanza de que las vidas de quienes están en pantalla sean peores que las nuestras. Ahí, lo único que importa es el espectáculo de la miseria humana en su aspecto más superficial, el que compete a las vidas de gente que solo quiere quemarse para seguir en pantalla, ahogados por la fama que no tienen, todos dispuestos a sacri- ficar su intimidad en un culto a la personalidad tan ridículo como divertido.
Por lo mismo, acá la premisa (encerrar a parejas a convivir con sus ex o con chicas/os guapos que aspiran a seducirlos) importa poco. Es una fórmula tan conocida por el televidente que hace del casting algo predecible. En él caben chicos realitys profesionales como Marzoli y José
Luis Bibbó (que ya recibió un golpe de Francisca Undurraga), desconocidos que buscan salir del anonimato a cómo dé lugar, una pareja candorosa que debuta en la tele (cumplen con la función de identificar al espectador: el encierro los separará y los volverá locos, su vida nunca será la misma), la actriz peruana Angie Jibaja, modelos de todo tipo y cracks del escándalo como DJ Méndez en busca de un último soplo de fama luego de su fracasada campaña para alcalde de Valparaíso.
Todo lo anterior funciona aunque las historias aún no parten del todo y los verdaderos dramas aún no se desarrollan. Faltan semanas o meses para que decante lo que sea que tiene que decantar. De hecho, probablemente, en dos meses, Doble tentación tenga otra velocidad, otros protagonistas, otros focos. No sabemos cómo van a ser. Por ahora, Oriana Marzoli es quien establece alguna clase de continuidad con los realitys anteriores. Permite esperar lo que viene, lo que se está cociendo por debajo.
Esto revela la flojera en el diseño del show. Carente de esfuerzo a la vista, la falta de innovación le pasa la cuenta a la narración. De hecho, por explosiva que sea Marzoli no basta para sostener el relato un semestre. Eso vuelve a Doble tentación frustrante porque remite a un paisaje conocido que está a la espera de que lo verdaderamente relevante aparezca, de que las piezas se ordenen y la catástrofe y el melodrama original se desplieguen.
Por ahora, Mega solo está entregando un recocido. No hay truco pero tampoco hay sorpresa. Es lo que hay. Un show más donde la casa es idéntica a otras casas-estudio; las relaciones humanas poseen el mismo nivel de abuso emocional y falso deseo que en otros programas; y las conversaciones vacías son iguales a las que venimos viendo desde Protagonistas de la fama, puros merodeos en torno al tiempo muerto, el clima y la nada. Ahí, los gritos y las lágrimas son intercambiables, máscaras de plástico que pasan de un rostro a otro sin importar quién esté debajo.
Por ahora, Mega solo está entregando un
recocido. No hay truco pero tampoco hay sorpresa. Es lo
que hay.