El incendio del sentido común
JUNTO con Santa Olga, los cerros de Vichuquén y los bosques de Empedrado, en este incendio se quemó el espíritu cívico que asomaba para las catástrofes. Con el humo apareció el revanchismo, el pequeño cálculo político, el delirio de vincular los incendios a la aprobación del aborto, como hizo la vocera de la oposición, y las teorías sobre pirómanos, conspiraciones de empresas forestales, o mapuches y colombianos unidos para destruirlo todo.
En Chile, las catástrofes han sido motivo de unidad nacional y suelen ser un buen momento político para el gobierno de turno. La oposición corre a mostrar su apoyo a La Moneda, se suspende la batalla política, las personas miran al Estado por protección o por información de dónde canalizar la solidaridad.
Se postergaban las críticas al accionar de las autoridades para después que se calmaran las fuerzas de la naturaleza. Mal que mal, buena parte de la construcción de la identidad nacional se basa en la eterna reconstrucción después de los desastres.
Este punto permitía a las autoridades mantener el control de la agenda y, con ello, propalar las certezas necesarias para los damnificados y contener el dolor, atender a las víctimas y volver cuanto antes a la vida normal.
Pero este no fue el caso. Al ritmo de la serie de falsedades, varias de ellas irresponsablemente difundidas por redes sociales por ex oficiales de las Fuerzas Armadas, personas cercanas a La Moneda o dirigentes empresariales, se instaló la inseguridad, el temor, la decepción y la estrategia de culpar al otro sector político por los incendios.
La incerteza ha llegado hasta tal punto que el avión SuperTanker ha ocupado el rol de dar seguridad y esperanza y se ha convertido, como en la serie Walking Dead, en el Rick Grimes de las personas afectadas por los incendios.
Las autoridades que están a cargo de responder a la emergencia tienen parte de la responsabilidad, pues costará entender por qué tanta desconfianza en un avión donado por privados y tanta devoción por uno similar donado por el gobierno ruso.
También en el incendio del sentido común cae la inexplicable acción del ex Presidente Sebastián Piñera para convocar, vía Twitter, a sus ex ministros, ahora devenidos en alcaldes de comunas pudien-
Por tes, para crear un comando paralelo que salve a las zonas afectadas.
Es irresponsable, pues a Piñera le tocó enfrentar desde La Moneda catástrofes similares, y encabeza las encuestas de preferencia para ser el próximo inquilino.
El país, al menos respecto de naturaleza trágica, no cambiará, así que a él le tocarán también sus propias emergencias. Y, por cierto, también es mezquino, pues cuando le tocó enfrentar el drama de los mineros atrapados bajo tierra en Copiapó recibió el apoyo de todo el país, incluyendo a los líderes de la oposición de entonces.
Todo esto tendrá graves efectos no sólo en la valoración de los políticos, sino también en la capacidad de enfrentar la tragedia. Las personas en situaciones de este tipo, a falta de un Estado protector de sus familias y de sus bienes, se vuelven más agresivas y desconfiadas.
Con el humo apareció el revanchismo, el pequeño cálculo político, el delirio de
vincular los incendios a la aprobación del aborto y las
teorías sobre pirómanos, conspiraciones de empresas forestales, o mapuches y
colombianos unidos.
En el incendio del sentido común cae la inexplicable acción de Piñera para convocar, vía Twitter, a sus ex ministros para crear un comando que
salve las zonas afectadas.
Por ello, el riesgo de grupos de vecinos que se tomen la justicia por mano propia, o que no colaboren con las autoridades para enfrentar la emergencia, puede aumentar a niveles nunca vistos.
En este incendio se quemó también el sentido de enfrentar todos juntos a la naturaleza.
Es tarea de toda la clase política, junto con reconstruir Santa Olga, también dedicar tiempo y generosidad a volver a instalarlo. Si no, sólo nos quedará el fútbol como identidad propia.