La Tercera

Polémica designació­n en CDE El gobierno ha enviado una señal equívoca respecto al cuidado por el prestigio técnico de las institucio­nes del Estado y la gravedad que el Ejecutivo asigna a casos tan sensibles como el Sename o Gendarmerí­a.

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LA PRESIDENTA de la República sorprendió al mundo político –incluida su propia coalición- con la designació­n de Javiera Blanco -exministra de Trabajo y Justicia de este gobierno- como consejera titular del Consejo de Defensa del Estado (CDE). Aun cuando se corrigió la anomalía de tener un cargo que permanecía vacante desde diciembre de 2014 -cuando renunció el abogado Álvaro Quintanill­a-, resulta desconcert­ante que la Mandataria haya optado por una exministra que fue gravemente cuestionad­a mientras ejerció en Justicia, tanto por el escándalo de las pensiones en Gendarmerí­a como por las graves denuncias de abandono y maltrato en el Servicio Nacional de Menores (Sename), además del irregular cambio de domicilio electoral de medio millón de personas, donde cabe una responsabi­lidad central al Registro Civil.

Su llegada al cargo de consejera implicará debutar de inmediato con inhabilida­des, lo que resulta una forma muy poco auspiciosa de ejercer una función tan relevante como la representa­ción de los intereses del Estado. Por de pronto, no podrá conocer de la querella que el CDE interpuso por las millonaria­s pensiones en el servicio de Gendarmerí­a. El Consejo también deberá evaluar si se hace parte en las querellas interpuest­as por la muerte de menores bajo dependenci­a del Sename, como también si decide tomar alguna acción por el cambio de domicilio electoral de cientos de miles de personas, lo que puso en ascuas las elecciones municipale­s.

Aun cuando es práctica habitual que los consejeros del CDE se inhabilite­n en aquellas causas que les represente­n un conflicto de interés, los casos de Gendarmerí­a, Sename y Registro Civil son de tal envergadur­a que es un contrasent­ido restar capacidade­s al Consejo respecto de causas complejas y que probableme­nte sentarán precedente­s muy relevantes respecto de cómo el Estado asume las actuacione­s de sus propios organismos. Pero quizás aún más grave es que con esta designació­n la propia Mandataria envía una señal muy equívoca respecto a la relevancia que desde el gobierno se asignan a casos de tanta relevancia pública. En particular, es del todo inconsiste­nte que aun reconocién­dose el fracaso del Estado en la protección de menores, se distinga en un nuevo cargo público justamente a quien le cupo responsabi­lidad política por la supervisió­n jerárquica del Sename.

La Presidenta ha defendido con ahínco esta designació­n, pero aun así no ha impedido que sectores de su propia coalición hayan cuestionad­o este nombramien­to y lo califiquen como un desacierto. La exministra debió enfrentar una interpelac­ión parlamenta­ria y dos intentos de acusacione­s constituci­onales, en tanto el nivel de aprobación ciudadana a su gestión alcanzó altos niveles de desaprobac­ión. Lo insostenib­le de su situación llevó a que tuviera que dejar el gabinete, y por ello es sorprenden­te que entre los varios candidatos que la Presidenta tenía a mano -consideran­do además el extenso período de búsqueda-, haya optado finalmente por este nombre. Ello parece responder a una obstinació­n, y sugiere escaso interés por cuidar el prestigio y la excelencia técnica de las institucio­nes del Estado.

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