El Orden Mundial 2.0
Durante casi cuatro siglos, el concepto de soberanía ha sido esencial para el orden internacional. Y con razón: como hemos visto siglo tras siglo, incluido el actual, un mundo en el que las fronteras se violan por la fuerza es un mundo de inestabilidad y conflicto.
Pero en un mundo globalizado, un sistema fundado sólo en el respeto de la soberanía –llamémoslo el Orden Mundial 1.0se ha vuelto cada vez más inadecuado. Casi cualquier persona y cosa puede llegar a casi cualquier lugar: desde turistas, terroristas, refugiados a correos electrónicos, enfermedades, dólares y gases de invernadero. Las realidades de hoy exigen actualizar el sistema operativo -un Orden Mundial 2.0- basándose en la “obligación soberana”, la noción de que los estados soberanos no sólo tienen derechos sino también obligaciones hacia los demás.
El Nuevo Orden 2.0 también debe contar con prohibiciones a cualquier tipo de apoyo al terrorismo. De manera más controvertida, debe contar con normas más estrictas para la proscripción de la propagación o el uso de armas de destrucción masiva.
Otro elemento esencial de un nuevo orden internacional es la cooperación sobre el cambio climático, que bien puede ser la manifestación por excelencia de la globalización, porque todos los países están expuestos a sus efectos, independientemente de cuánto incidan en él. El acuerdo sobre el cambio climático alcanzado en París en 2015, en el que los países acordaron limitar sus emisiones y proporcionar recursos para que los países más pobres se adaptaran a ello, fue un paso en la dirección correcta.
El ciberespacio es el dominio más reciente de la actividad internacional, caracterizado tanto por la cooperación como el conflicto. El objetivo en esta área debería ser llegar a acuerdos internacionales que fomenten los usos benignos del ciberespacio y desincentiven los usos malignos. Los gobiernos tendrían que actuar de manera
Por consistente con este régimen.
En cuanto a los refugiados, nada puede reemplazar las acciones locales eficaces para prevenir situaciones que generan grandes flujos migratorios. En principio, este es un argumento para la intervención humanitaria en situaciones específicas, pero seguirá siendo difícil traducir este principio en la práctica, si se consideran lo divergentes de las agendas políticas y los altos costos de una intervención para que sea eficaz.
Por definición, los acuerdos de comercio son pactos de obligaciones soberanas recíprocas acerca de barreras aduaneras y no aduaneras. Cuando una parte cree que no se cumplen tales obligaciones, puede recurrir a un arbitraje a través de la Organización Mundial de Comercio. Pero las cosas son menos claras cuando se trata de subsidios estatales o la manipulación de divisas. Por tanto, el reto es definir obligaciones soberanas adecuadas en estas áreas para futuros pactos comerciales y crear mecanismos de rendición de cuentas de los gobiernos.
Serán necesarias décadas de consultas y negociaciones para establecer las obligaciones soberanas como uno de los pilares del orden internacional, e incluso entonces su aceptación e impacto serán desiguales.
Para complicar más las cosas, la administración del Presidente Donald Trump ha abrazado una doctrina de “Estados Unidos primero” que va en una línea bastante diferente a los que sugiero aquí. Si EE.UU. se mantiene en esta postura, sólo se avanzará hacia la creación del tipo de orden que exige el mundo interconectado de hoy en día si otras potencias lo impulsan, o bien habrá que esperar al sucesor de Trump.
Hoy es el momento de dar inicio a las conversaciones necesarias. La globalización ha llegado para quedarse. La mejor manera de hacerle frente es avanzar hacia un nuevo orden internacional que incorpore la obligación soberana. Un Orden Mundial 2.0 que se cimente en ella es ciertamente un proyecto ambicioso, pero que nace del realismo y no del idealismo.