Boca a boca
APESAR DEL enorme desarrollo del marketing, la literatura se las ingenia para circular por caminos laterales. Es frecuente que cada tanto surja uno de esos libros que “hay que leer”, y no porque hayamos sucumbido a la publicidad, venga abalada por un premio o el autor no se canse de dar entrevistas. Es el boca a boca, la recomendación entre amigos y las sugerencias de los buenos libreros, lo que hace que autores desconocidos se conviertan en una suerte de fenómenos de lectura.
Pasó a comienzos de los años 2000 con Kawabata, que llegó de improviso, junto con el sushi y toda la estética japo. Difícil saber qué hizo que libros como Mil grullas o Lo bello y los triste figuraran incluso en el ranking de los más vendidos.
Después fue el turno de Vía Revolucionaria, la novela de Richard Yates sobre una pa- reja que sobrelleva la rutina laboral y matrimonial a punta de alcohol, infidelidades y consumo. Durante un tiempo fue el mejor regalo para los cumpleaños, hasta que llegó la película y los sellos aprovecharon de reeditar todo Yates, desde los hermosos cuentos (Once tipos de soledad) a unas cuantas novelas melancólicas y subyugantes que yacían en el baúl.
Y ahora (en realidad como hace un año o poco más) se habla con genuino entusiasmo de Stoner, una novela escrita por John Williams en 1965, que pasó sin pena ni gloria hasta que la volvió a editar el sello de la New York Review of Books en 2006 (la primera versión en español, de Ediciones Baile del Sol, es de 2010).
William Stoner es un hijo de granjeros que llega a la Universidad de Missouri para estudiar agronomía. Los planes cambian cuando, en el electivo de literaDURANTE tura, el joven tiene una iluminación: percibe que los libros hablan, que son una forma de entender el mundo y aplacar la soledad que siempre ha sentido. En lo que será su único gesto de rebeldía, o más aún, de autonomía, se cambia a la carrera de literatura.
Stoner se vuelve profesor, tolera a su esposa con abnegada resignación, acepta también el malogrado destino de su hija… Nada excepcional ocurre en la vida de Stoner, un pusilánime que encarna, a su vez, los viejos valores del esfuerzo y la rectitud. Intuyo que ésa es precisamente la razón del éxito póstumo de John Williams: tomar una vida ínfima, para colocar ante nosotros la verdad sobre “la” vida.
En el fondo, nada menos sesentero que John Williams.
Cuando mandaba la experimentación, esas novelas tipo collage, con voces superpuestas o el registro a la manera del cine ensayado por el noveau roman, lo más demodé era centrarse en el “mundo interior” de un personaje. Y para colmo, sin ninguna transgresión. Cero alcohol. Cero drogas. Y poquísimo sexo.
Quizá hoy, cansados de las modas y los excesos, nos demos cuenta que en el anémico Stoner hay algo misterioso y esencial. La vida no tiene nada que ver con el éxito. Incluso puede ser lo contrario: el arte de equivocarse y volver a ponerse de pie, aún sabiendo que todas las cosas se volverán pequeñas y distantes y borrosas, hasta que finalmente desaparecerán en la nada. Es el boca a boca lo que convierte a autores desconocidos en fenómenos de lectura. Como en donde la vida no tiene nada que ver con el éxito.