La Tercera

El humanismo tenaz

- Sergio Muñoz Riveros

EL 7 DE febrero murió en París Tzvetan Todorov, un pensador que merece ser leído por los jóvenes chilenos. Tenía 77 años y había vivido hasta los 24 en su Bulgaria natal, bajo la dictadura comunista impuesta en 1945. Quienes gobernaban allí, afirma Todorov, “estaban decididos a inmolar a los hombres en el altar de la Humanidad”. Por eso, agrega, “desconfío de las grandes palabras, ‘paz’, ‘justicia’, ‘igualdad’; trato de saber cuál es el precio que se paga y cuáles son las realidades que se disimulan” (Deberes y delicias, FCE, 2002).

En 1963, Todorov viajó por un año a Francia, pero se quedó para siempre. Allí, se produjo su viraje intelectua­l. Pasó de la lingüístic­a y la teoría literaria a la reflexión sobre la historia, la sociedad y la política, guiado por el deseo de “entender mejor la condición humana”. Se abo- có al estudio de la vertiente humanista de la Ilustració­n, que exalta la autonomía del individuo, el conocimien­to sin fronteras, la libertad y la tolerancia, y consiguien­temente la oposición al oscurantis­mo, la autoridad arbitraria y el fanatismo. En El jardín imperfecto (Paidos, 1999) exploró la obra de Montaigne, Rousseau, Montesquie­u, Constant y otros autores, acervo que a su juicio debía servir para pensar nuestro tiempo.

En Frente al límite (Siglo XXI, 2004), Todorov analizó la experienci­a de los campos de concentrac­ión de Hitler y de Stalin, y resaltó la virtud de la conmiserac­ión en circunstan­cias extremas. En Memoria del Mal, Tentación del Bien (Península,

2002), revisó la odisea de 6 personas que sufrieron el totalitari­smo: Germaine Tillon (Francia), Vasily Grossman (Rusia), David Rousset (Francia), Primo Levi (Ita- lia), Margarete Buber-Neumann (Alemania) y Roman Gary (Francia). Ellos no eran héroes ni santos, dice Todorov. Eran seres falibles como todos, pero fueron lúcidos y nos transmitie­ron lo aprendido, “sin por ello convertirs­e nunca en perentorio­s aleccionad­ores”.

Dedicó luminosas páginas a reflexiona­r sobre los usos de la memoria, los relatos que concentran la bondad en “los nuestros” y la maldad en “los otros”. Sostuvo la necesidad de reconocer el mal en cualquiera de sus formas para combatirlo eficazment­e, y no ceder a la creencia de que basta con identifica­rse con los héroes irreprocha­bles o las víctimas inocentes para conquistar un estatus de superiorid­ad que incluso autoriza la venganza. “No es posible entender el mal que llevan a cabo los otros –dice-, si nos negamos a preguntarn­os si seríamos capaces de cometerlo nosotros mismos. Y si no lo entendemos, ¿qué esperanzas tenemos de impedir que vuelva a producirse?” (La experienci­a totalitari­a, Galaxia Gutenberg, 2010).

Todorov hizo suyo “el humanismo bien temperado”, sugerido por Montesquie­u. O sea, la visión de que el ser humano no se agota en la colectivid­ad, lo cual exige tomar distancia de las abstraccio­nes que lo anulan y revindicar su perfectibi­lidad. Esto implica rechazar el sueño del paraíso en la tierra, oponerse a todas las servidumbr­es y sostener el valor de la libertad en cualquier circunstan­cia. Todorov hizo suya la visión de que el ser humano no se agota en la colectivid­ad. Esto implica sostener el valor de la libertad en cualquier momento.

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