La Tercera

Mala política

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EL LECTOR debe saber que entre columnista­s y dirección de este diario no existe ningún tipo de coordinaci­ón de contenidos. Cada uno escribe de lo que quiere y cada uno dice lo que buenamente, o malamente, piensa. No llevo la cuenta exacta pero tengo la impresión que mi porcentaje de acuerdo con los puntos de vista que defienden los editoriale­s de este diario oscila en torno al 40%. Hay áreas temáticas, por supuesto, en que los niveles de coincidenc­ia son altísimos (pienso, por ejemplo, en todo lo que concierne al manejo responsabl­e de nuestras relaciones exteriores o a la defensa decidida de la libertad de prensa). Hay otros ámbitos, sin embargo, en que mi punto de vista difiere muy significat­ivamente de la postura de La Tercera. En no pocas ocasiones he aprovechad­o el espacio de mi columna para marcar el contraste. Qui- siera pensar que algún lector podría beneficiar­se de esos contrapunt­os.

En el día de hoy, en todo caso, quiero opinar en el mismo sentido que una editorial reciente del diario. No estoy copiando, pues mi decisión estaba tomada de antes. Es una simple, y afortunada, coincidenc­ia.

En concreto, deseo manifestar­me críticamen­te sobre la idea de un grupo de diputados de la UDI que, al calor de los incendios de este verano, anunciaron un proyecto de reforma constituci­onal que, en caso de ser aprobado, permitiría que una mayoría calificada del Congreso Nacional, tres cuartos, pudiera declarar, por sí y ante sí, los estados de excepción constituci­onal. Se trata de un cambio muy importante. En la actualidad, y así ha sido desde los tiempos de Diego Portales, los estados de excepción requieren de la iniciativa del Presidente de la República.

Supongo que a los parlamenta­rios que patrocinan el proyecto les ha frustrado la que consideran una cierta reticencia o lentitud de la actual Presidenta por dar el paso jurídico político que permite que ciertas zonas del país queden bajo la dependenci­a inmediata de mandos militares. No tengo espacio hoy para discutir si a la Presidenta Bachelet le cuesta dar este paso o no. Tampoco puedo adentrarme en el análisis de un punto de vista que parece hacer del uniforme un fetiche. Lo que sí quiero plantear es mi parecer en el sentido que esta iniciativa es, desde el punto de vista del sistema constituci­onal chileno, altamente inconvenie­nte.

El presidenci­alismo chileno atribuye al Primer Mandatario una autoridad que, en un lenguaje constituci­onal que se remonta a 1828, “se extiende a todo cuanto tiene por objeto la conservaci­ón del orden público en el interior y la seguridad externa de la República” (artículo 24). Aquel presidente que no cumpliere ese fundamenta­l encargo puede ser objeto de la fiscalizac­ión parlamenta­ria y, eventualme­nte, puede ser objeto de acusación constituci­onal.

Reemplazar una de las reglas centrales del presidenci­alismo sin tocar el resto del sistema es mala arquitectu­ra constituci­onal. Sustituir, en casos de crisis, las ventajas de una autoridad unipersona­l claramente identifica­ble, y sujeta a responsabi­lidad, por la decisión de una asamblea de 200 representa­ntes sin potestades ejecutivas es pésima ingeniería constituci­onal. Improvisar cambios constituci­onales ante cada emergencia que sufrimos es mala política. El proyecto de diputados UDI sobre los estados de excepción es, desde el punto de vista constituci­onal, inconvenie­nte.

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