La Tercera

Círculo virtuoso

- Sebastián Soto

PRUEBA QUE en política se hace campaña con poesía y se gobierna con prosa, es el “Manifiesto por la República y el buen gobierno” que publicaron un grupo de políticos e intelectua­les. El Manifiesto propone una lectura moral de la política para la centrodere­cha y eso ya es un aporte sustancial. En sus páginas no se encuentra una lista de propuestas o fríos datos. Nada de eso. El documento es más abstracto y, en vez de metas cuantifica­bles, propone reflexione­s y posturas desde las cuales abordar los desafíos de la política y del gobierno.

¿Por qué es esto una buena noticia? Hace algunos meses, invitado por “La Otra Mirada”, el psicólogo J. Haidt recordaba que en el EE.UU. pre Trump, los republican­os eran mayoría porque habían transforma­do el discurso político en un discurso con un sustrato moral. Y por eso más que hablar de los costos y beneficios, los políticos republican­os predican lo que es justo, bueno y virtuoso.

El Manifiesto intenta hacer algo similar. Sus páginas están cargadas de principios morales y de virtudes que, nos dicen los autores, deben irrumpir en el debate público de la mano de la centrodere­cha. Recomienda, por ejemplo, una “actitud humilde” y “hablar con la verdad”; llama a recuperar “la austeridad de nuestros hábitos republican­os”; rescata los acuerdos como forma “de ponerse en lugar del otro”; exige “esfuerzo personal y familiar”, “honestidad”, “respeto por la palabra empeñada”, “trabajo duro”, etc.

La aproximaci­ón que propone respecto de los derechos sociales es un buen ejemplo. El documento critica el mal uso que la Nueva Mayoría ha hecho de este concepto que, hay que decirlo, también ha cautivado a cierta derecha. Critican que éstos i) se hayan transfor- mado en un arma para imponer desde el Estado una igualdad ficticia y perjudicia­l; ii) inflando expectativ­as sin poder satisfacer­las; iii) desatendie­ndo la preocupaci­ón por el número de personas que hoy no pueden gozar realmente de los derechos fundamenta­les; y iv) olvidando también la opción preferenci­al por los débiles que debe asumir el Estado. Entonces, la crítica a la inflación de derechos sociales abandona el ámbito de lo estrictame­nte jurídico (por ejemplo, los efectos de su justiciabi­lidad) o económico (¿cuál es el costo?) para fundarse en bases eminenteme­nte morales: no es correcto ni justo predicar la extensión de derechos sociales como el camino del progreso.

Otro aspecto que debe destacarse es que el Manifiesto es excluyente. Cualquier relato político que quiera ser exitoso necesita excluir a algunos. Si es universal (algo así como “paz mundial”, diría Sandra Bullock), es decir, si todos se sienten cómodos con él, no puede ser un relato exitoso. Y en este caso hay varios excluidos. Por cierto, el gobierno de la Nueva Mayoría, los ideólogos de la reforma educaciona­l y los defensores de las tomas.

En una reciente entrevista, el filósofo M. Sandel sostenía la necesidad de llevar al gobierno a los intelectua­les... no para decidir o ejecutar (eso sería pedirle peras) sino que para, junto a los políticos, construir relatos más completos en el arte de gobernar. Algo de eso tiene este documento que, si permea, anuncia un círculo virtuoso. “El Manifiesto por la República”, refleja la necesidad de que los intelectua­les, junto a los políticos, construyan relatos más completos.

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