Época de cosecha
DE DERECHA a izquierda, los partidos políticos han encontrado un nuevo consenso: enfrentados a la amenaza del refichaje obligatorio, todos están de acuerdo en que “debe hacerse algo” para permitir que entidades incapaces de conseguir 18 mil firmas tengan continuidad de giro. Les parece descabellado que la ley que aprobaron hace solo unos meses se les aplique a ellos mismos, porque “sin partidos –o sea, sin ellos– no hay democracia”.
Dicen que legislaron “bajo presión”; denuncian la existencia de una “campaña estructurada” en su contra; se muestran dispuestos a pasar una “ley corta” que los habilite a seguir operando; denuncian mala fe en la “interpretación restrictiva” que ha hecho de la ley el Servel.
Pocas veces se ha visto a unos monopolistas defender con tanto ahínco y descaro la conti- nuidad de su negocio. Porque lo que estamos presenciando es simplemente la defensa corporativa de un gremio que viene siendo cuestionado por la opinión pública desde hace rato. En la última encuesta CEP, apenas 4% de los consultados dijo tener “mucha o bastante confianza” en los partidos políticos. Otro sondeo, desarrollado el año pasado por el PNUD, afirma que la proporción de chilenos que no se identifica con ningún partido político pasó de 53% en 2008 a 83% en 2016. Las dificultades que tienen colectividades con décadas de tradición para reunir 18 mil firmas constituyen una nueva señal del desencanto masivo respecto de ellas.
Al contrario de lo que repiten por estos días los dirigentes políticos, gana terreno la idea de que nuestros partidos políticos se han transformado en muchos casos en un obstáculo para el buen funcionamiento de la democracia. La teoría dice que los partidos cumplen roles de representación e intermediación, pero la práctica demuestra que hoy no hacen bien ni lo uno ni lo otro. Los políticos, decía Max Weber, deben actuar desde la convicción y la responsabilidad, lo cual significa que deben abrazar una causa y considerar las consecuencias previsibles de sus decisiones y acciones. Para el sociólogo alemán, cuando un político se pone al servicio de sus ambiciones egoístas, comete un “pecado contra el espíritu santo de su profesión”. Pero hoy las creencias aparecen difusas y demasiados políticos han olvidado que son servidores públicos. La búsqueda del bienestar general a menudo es postergada y en muchísimas ocasiones prevalece el interés propio o el de ciertos sectores influyentes.
La gente no es tonta y se ha dado cuenta de que hay problemas que los políticos solo recuerdan en períodos de campaña. La atención de salud deficiente, la indignidad del Transantiago o la amenaza de la delincuencia se prolongan ya por demasiado tiempo como para no dudar de la verdadera vocación de servicio de los que están llamados a solucionarlos, varios de los cuales, además, protagonizan escándalos. Los políticos han ido agotando el crédito y hoy cosechan lo que han sembrado. Con arrogancia, dicen que son imprescindibles. Sin embargo, mientras no cambien de verdad, la gente continuará dándoles la espalda. El refichaje refleja que los políticos han ido agotando el crédito y hoy cosechan lo que han sembrado. Si no cambian, se les seguirá dando la espalda.