La Tercera

Siete años de Bachelet

- Alfredo Jocelyn-Holt

SE CUMPLEN siete años aunque intermiten­tes (con un respiro más o menos entre medio), en que Bachelet ha sido presidenta. Siete años es mucho tiempo en política. Royer-Collard, el liberal doctrinari­o francés de la segunda Restauraci­ón, que presidiera la Cámara de Diputados, emplazaría en una ocasión a sus colegas con las siguientes preguntas: “¿Ha habido algún sistema, algún ministerio, alguna verdad, alguna reputación política que haya durado siete años? ¿Qué será de nosotros, qué de vosotros dentro de siete años?” Bachelet es prueba fehaciente de ello. Nadie sale bien parado después de tanto tiempo. Año que pasa, año que menos se soporta. A Cristina Fernández hubo que aguantarla ocho años.

El registro del desempeño de Bachelet está a la vista. Si alguna vez alcanzó un 85% de aprobación, hoy día su rechazo ronda en 74% habiendo llegado antes al 77%; por lo visto, gatilla reacciones ciclotímic­as entre los chilenos. Su gobierno nos tiene en plena incertidum­bre; no se sabe para dónde va el país. Su irrupción en la política coincide con la destrucció­n de los partidos, en especial los de su propia coalición, sin haber podido convertir a los movimiento­s sociales en fuerzas alternativ­as disciplina­das.Ha empoderado a ciertos grupos (mujeres y jóvenes) pero sin que hayan dejado de ser meras agrupacion­es de presión. Según voceros de estos grupos, Bachelet ha alcanzado a cumplir menos del 50% de lo que prometiera hacer.

No hay que autocalifi­carse de “ciudadano inteligent­e”, sin embargo, para darse cuenta que su capacidad de gestión es de lamentar. El actual crecimient­o de la economía es demasiado bajo para un país como Chile. Su incompeten­cia para responder a emergencia­s ha quedado en evidencia repetidas veces (Transantia­go, 27F, incendios forestales). Su disposició­n a reconocer errores ha sido baja si no nula; ha preferido salir diciendo que debió haber confiado en “pálpitos”, cuando no simplement­e se ha victimizad­o, y ha culpado a gobiernos anteriores, terminando encapsulad­a en torno a incondicio­nales.

Ha puesto la posición de Chile en el contexto continenta­l a la defensiva. Insiste en sostener que su “legado” va a ser en educación pero no somos pocos que pensamos que ha sido un desastre, muchos de los problemas siguiendo igual de mal, si no peor (lo de la Constituci­ón también un lío). Acusacione­s de corrupción han apuntado a miembros de su familia, comprometi­endo la reputación de la presidenci­a. Ha sido cercana a las FF.AA., pero éstas, también, en su actual gobierno, han caído bajo la mira por motivos similares.

Su principal tanto es haber cambiado la agenda social en cuanto a igualdad y toma de conciencia de que existirían sectores que merecen un mejor trato. Propósitos válidos, pero a costa ¿de qué? ¿Medidas populistas como bonificaci­ones, gratuidad, y un discurso antielitis­ta si no populista, radical y polarizado­r? ¿Es que sus dos gobiernos han sido para solo algunos, no todos los chilenos? ¿Ello, un logro o, a la postre, un desacierto? El futuro lo dirá. No hay que autocalifi­carse de “ciudadano inteligent­e” para saber que su gestión es de lamentar.

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