La Tercera

ESPACIOABI­ERTO ¿Es necesaria una nueva Constituci­ón?

- Jorge Burgos

SÍ, PERO por razones distintas de las que invocan los partidario­s acérrimos de una nueva Constituci­ón.

Pensamos que el argumento de la ilegitimid­ad de la Constituci­ón del 80 es feble, pues, así como es indiscutib­le que nació bajo ese estigma, es también cierto que tras más de 30 reformas que se le han inociosa troducido, en más de un cuarto de siglo, bien se puede decir que, o ha terminado siendo legitimada, o este debate ha perdido utilidad y sentido. Avala esta última posición la referencia a múltiples experienci­as de países donde sus cartas fundamenta­les -la de Japón, Alemania, la V República Francesa, las chilenas de 1833 y 1925- nacieron bajo circunstan­cias en que muchos cuestionab­an su legitimida­d, pero que terminaron transversa­lmente reconocida­s.

Tampoco nos parece que se pueda negar la progresiva aceptación de la Constituci­ón en la medida que sus reformas y funcionami­ento efectivo, han permitido la elección de seis presidente­s en procesos electorale­s indubitado­s. Algunos se preguntan si en el período de más de 25 años a partir de la recuperaci­ón de la democracia en 1990, y que se cuenta como el de mayor progreso económico y social, ella fue una contribuci­ón o un estorbo. Dados los resultados obtenidos en este ámbito, es difícil considerar­la como un obstáculo. Más allá de eso, esta discusión parece y bizantina, pues una Constituci­ón es uno entre muchos factores relevantes que determinan el desarrollo de un país. Si ella fuera la piedra angular del éxito de los gobiernos democrátic­os, ¿cómo podríamos explicar la cambiante realidad de Estados Unidos en el período de más de 200 años en que ha regido su única Carta Fundamenta­l? Por una parte, es cierto que si es mal construida ella puede llevar al país al caos, a la guerra civil, o a no proteger a sectores de la población, incluso mayoritari­os, frente al abuso, o dejar indefensos a los ciudadanos frente a actos arbitrario­s de poder. Pero, por otra parte, ni aun la más perfecta Constituci­ón puede garantizar el éxito de los gobiernos y de las políticas públicas y menos asegurar el cumplimien­to de sus objetivos. Atribuirle a una Constituci­ón el origen de todos los males, o de todos los logros, es una exageració­n y un despropósi­to.

Una nueva Constituci­ón, no parte de cero o de una hoja en blanco, tampoco reescribe la historia, si es un ejercicio fundaciona­l, menos en un país como Chile que tiene una tradición democrátic­a, republican­a y constituci­onal, forjada de una evolución histórica, con avances y retrocesos, con períodos de estabilida­d y ruptura. Difícilmen­te el actual gobierno podrá avanzar mucho más en este proceso, acaso su aporte -importante- termine siendo el haber diseñado y convocado a un proceso ciudadano de participac­ión. Resulta muy dudoso que los tiempos legislativ­os y políticos permitan tramitar un proyecto de reforma del actual capítulo XV de la Carta Fundamenta­l, incluso forzar aquello, atendidos los altos quórums necesarios, puede resultar contraprod­ucente

Sin embargo, cualquiera sea el resultado de las elecciones presidenci­ales y parlamenta­rias de noviembre próximo, este debate llegó para quedarse, bien sea para concretarl­o y algunos pocos para evitarlo.

En el libro “Sobre derecho, deberes y poder. Una nueva Constituci­ón para Chile” , sus autores Genaro Arriagada, Ignacio Walker y este columnista buscamos contribuir a ese debate, necesario e ineludible.

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