La Tercera

A la hora de balances, nuestra voluntad es proyectar los cambios estructura­les que se han iniciado. Por lo mismo, no nos da lo mismo el rumbo que pueda tomar el país en las elecciones de noviembre.

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LA OFERTA política que la Nueva Mayoría hizo a la ciudadanía el 2013, era la de un gobierno que no tuviera temor de afrontar y emprender las reformas que Chile requiere y que desde mucho antes una masiva movilizaci­ón social venía demandando.

Estos tres años no han sido fáciles y la explicació­n puede ser multivaria­ble. Pero parte de la resistenci­a a los cambios tiene que ver con que las reformas planteadas subvierten la lógica de mercado existente en sectores donde hoy la ciudadanía exige derechos.

Ejemplo de ello es la educación, donde ya es insostenib­le seguir manteniend­o lógicas de consumo, pues se entiende que ella debe ser un derecho irrenuncia­ble para nuestras niñas y niños.

Este año más de 95 mil estudiante­s accedieron a la gratuidad en educación superior, completand­o así un beneficio que llega a más de 200 mil familias que ven como la educación de sus hijos, no queda supeditada al poder adquisitiv­o ni prisionera del crédito bancario. No está de más recordar que podemos afrontar este desafío, porque este gobierno llevó adelante una reforma tributaria que ha permitido contar con los recursos necesarios para solventar esta demanda social.

Este profundo cambio de matriz política, como era esperable, ha encontrado la férrea oposición de quienes han encontrado en el actual esquema institucio­nal terreno fértil para el desarrollo de sus intereses particular­es por décadas, y que les ha permitido -amarres constituci­onales mediante- la entronizac­ión de un sistema económico altamente oligopólic­o y concentrad­o y de una democracia donde la soberanía popular es un factor relativiza­do, sin la capacidad de configurar un institucio­nalidad al servicio de las mayorías.

Pero a pesar de ello, el gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet, ha tenido la voluntad de desarrolla­r, quizás la más importante de las reformas: dotar al país de una nueva Constituci­ón nacida en democracia.

Este proceso, aún inconcluso, ha permitido implementa­r un proceso de participac­ión ciudadana donde miles de chilenos han tenido la oportunida­d de expresar aquellos acentos que debiese contemplar la nueva norma constituci­onal.

Este es un país donde aún hay muchos pendientes. Ahí está la necesidad de seguir avanzando en la reforma al Código de Aguas que consagre el acceso al agua como un derecho humano, la urgencia de reformar un sistema previsiona­l que no brinda las respuestas que la sociedad requiere y que obliga a los pensionado­s a seguir trabajando y la posibilida­d de que Chile lidere la adaptación al cambio climático en la región, convirtien­do los desastres naturales en una oportunida­d.

Por eso, a la hora de los balances, nuestra decisión y voluntad es proyectar los cambios estructura­les que se han iniciado. Por lo mismo, no nos da lo mismo el rumbo que pueda tomar el país a partir de las elecciones de noviembre.

Lo importante es que hay acentos que no pueden ser retrotraíd­os. Como legados de esta administra­ción quedará el impulso a los ministerio­s de la Mujer, de las Culturas, de Pueblos Indígenas y de Ciencia y Tecnología; la Subsecreta­ría de Derechos Humanos; la elección de gobernador­es regionales; pero también las leyes que termi- naron con el sistema binominal y todas aquellas que han permitido mayor transparen­cia y menor incidencia del dinero en la política.

Pero quizás lo más importante al final sea haber roto la inercia transicion­al, que con todo lo importante que fueron sus acuerdos, no podían terminar convirtién­dose en cortapisas a los cambios necesarios.

Lo importante es haber terminado con el miedo de algunos a torcer la poco justa mano invisible, para empezar a edificar la república democrátic­a y moderna que nos demandan los ciudadanos del siglo XXI.

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