La Tercera

Devaneos de la izquierda revolucion­aria

- Hugo Herrera

Dentro de la izquierda hay dos grandes familias: la socialdemó­crata y la revolucion­aria. La primera es la de quienes no están dispuestos a traspasar la línea republican­a, heredada de la Ilustració­n, por dos razones, una de realismo político, otra de principio.

El realismo les impide admitir la posibilida­d de, sea por medio de la ingeniería social, sea por medio de una deliberaci­ón emancipato­ria (y el correlativ­o desplazami­ento del mercado), alcanzar algo así como un estadio en el que el Estado y el mercado devengan superfluos como institucio­nes. Además, se oponen a la revolución porque reconocen en la idea republican­a de un poder dividido y una participac­ión ordenada, maneras de disminuir la violencia sobre los ciudadanos y proteger su libertad.

Hay otra familia de la izquierda, que ha adquirido especial protagonis­mo en Chile y algunos países hispanohab­lantes, que aboga por no renunciar a un camino que culmine en la revolución, es decir, en la superación del entramado institucio­nal republican­o, del Estado y el mercado.

Esta izquierda goza en Chile de perspectiv­as de crecimient­o relevantes. Cuentan con grupos intelectua­les y cuadros políticos de nivel y han logrado la articulaci­ón de movimiento­s universita­rios y sociales a gran escala.

Sin embargo, están afectados por un problema de difícil solución. Lo llamaría la cuestión del carácter regulativo de todo ideal. Por idea regulativa entendía Kant una noción capaz de guiar el pensamient­o y la acción, pero que resulta imposible alcanzar. Así ocurre, por ejemplo, con la idea de “universo”. Pensamos a los objetos del mundo formando parte de algo como una unidad a la que llamamos universo. Las distintas ciencias avanzan suponiendo esa idea. Piensan que tienen a la vista, por ejemplo, en la mecánica cuántica y en la clásica, un mismo universo, y que al descubrir amplían los límites de nuestro conocimien­to sobre aquél. Sin embargo,

Por pasa que, por más que se avance, nadie situado dentro del universo podrá “ver” al universo en cuanto totalidad (para lograr algo así tendría que poseer la descomunal capacidad de salirse del universo).

Con el discurso de la izquierda revolucion­aria sucede algo parecido. Él supone que hay un momento en el que –sea porque se logró una feliz alteración de las condicione­s de producción, sea porque se alcanzó un nivel egregio en la emancipaci­ón de las conscienci­as respecto del interés egoísta– la historia cambia y se alcanza un nuevo estadio en el que las contradicc­iones han sido superadas.

En el intertanto, sin embargo, ocurre que ese momento no ha llegado. Mientras ese momento no llegue, la posición de la izquierda revolucion­aria es asunto de fe o creencia. El revolucion­ario insistirá en la posibilida­d de la superación de las contradicc­iones sociales, apoyándose en la creencia de que la conscienci­a del movimiento político al que se pertenece es la más avanzada posible y progresa. O sea: mientras la nueva época de hecho no haya irrumpido, no se conoce todavía si la época anterior ha terminado. Como no se sabe si terminó el estadio anterior, no puede emerger aún con claridad la conscienci­a correcta de que se ha alcanzado “el estadio emancipado”. No hay criterio para discernir si la nueva época ha comenzado.

Por eso, el revolucion­ario tiene que afirmar que la correcta conscienci­a histórica –que el pensador revolucion­ario se auto-atribuye– es la que permite clausurar la época anterior. Por medio de ejercicios del pensamient­o, pretende auto-atribuirse así la insólita capacidad de clausurar la historia y la imprevisib­ilidad, insondabil­idad y el abismo que, como la existencia misma, ella nunca deja de ser. Cual el metafísico que mediante la sola razón pretende alcanzar una visión total del universo desde fuera de él, el revolucion­ario termina atribuyénd­ose una inverosími­l similar capacidad.

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