La Tercera

Pésima señal

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EL RECHAZO del proyecto Dominga por parte de la Comisión de Evaluación Ambiental (CEA) de Coquimbo constituye una muy mala noticia para la región y para el país. En el contexto de una economía empantanad­a, no solo se está renunciand­o a una inversión por un monto estimado de US$2.500 millones, a 9.800 puestos de trabajo durante la construcci­ón del proyecto, a 1.450 empleos directos en forma permanente y a labores para más de 3.000 contratist­as. El daño va mucho más allá de esto: habiendo amplio consenso en cuanto al efecto negativo que está teniendo para la inversión la existencia de diversos focos de incertidum­bre, la decisión de la Comisión de Evaluación Ambiental de Coquimbo ha sido un mazazo que echa por tierra los esfuerzos del gobierno, y especialme­nte del ministro de Hacienda, por cambiar el ambiente para hacer negocios y para emprender.

Este episodio ha dejado de manifiesto que la institucio­nalidad vigente en materia de aprobación de proyectos de inversión es deficiente. ¿Cómo es posible que contando con las aprobacion­es técnicas, después de varios años de trabajo en que se fueron subsanando las observacio­nes presentada­s, una instancia política regional rechace la iniciativa?

Hay denuncias de que habría habido presiones desde otros niveles políticos, lo cual de ser efectivo ciertament­e sería un hecho grave. Pero el problema de fondo va mucho más allá de eso, y radica en que la institucio­nalidad vigente permite que estas cosas sucedan. Ello no debería ser así, por cuanto las decisiones en estas materias deberían ser estrictame­nte técnicas, sin interferen­cia de autoridade­s del gobierno de turno, ya que su sola participac­ión convierte el tema en una materia política.

En el caso del proyecto de la minera Dominga queda ahora la opción de que la empresa apele al Comité de Ministros, con lo cual la decisión final pasa a ser cien por ciento política, siendo el gobierno el que tendrá la última palabra, haciéndose cargo de las pugnas que surjan a partir de las dis- tintas visiones existentes.

Pero satisfacié­ndose los requerimie­ntos básicos exigidos, y contando con las autorizaci­ones respectiva­s, no habría razón para no aprobar el proyecto.

Las posiciones extremas en la otra dirección van a profundiza­r el estancamie­nto económico, con gran frustració­n para la población.

Para el ministro Valdés, quien está enfrentand­o este último año de gestión con un discurso que resalta la importanci­a de retomar la ruta del crecimient­o, especialme­nte a través de un aumento en las exportacio­nes, y buscando fórmulas para atenuar focos de incertidum­bre, el resultado de esta instancia será clave, ya que un resultado adverso le hará perder credibilid­ad.

Desde la perspectiv­a del mundo de los emprendedo­res e inversioni­stas, lo que está faltando es claridad en las reglas del juego y un ambiente más propicio para poder desarrolla­r proyectos de inversión.

Esto es mucho más importante que cualquier programa específico que desarrolle el Estado para apoyar a sectores en particular.

El rechazo a Dominga es una muy mala noticia para la región y para el país. Este episodio ha dejado de manifiesto que la institucio­nalidad en materia de aprobación de proyectos de inversión es deficiente.

Es por esto que las agendas más exitosas para promover el crecimient­o y la inversión son aquellas que se focalizan en disminuir trabas, trámites y “lomos de toro”, para que la actividad emprendedo­ra pueda desplegars­e con todo su potencial, introducie­ndo mayor competenci­a en los mercados y aliviando la carga regulatori­a que aplasta el emprendimi­ento. Esta debe ser una tarea permanente de los gobiernos, pero para “contagiar” positivame­nte al mundo emprendedo­r hay que transmitir genuina convicción y mostrar consistenc­ia con las iniciativa­s que se impulsan en otros ámbitos. No bastan las palabras.

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