Escritoras latinoamericanas se reúnen en Nueva York
► Desde hoy se reedita el mítico congreso hecho en Chile en 1987. ► Carmen Berenguer, Lina Meruane y Nona Fernández participan.
La literatura escrita por mujeres ha sido mirada con sospecha por el poder y relegada a un lugar secundario y periférico. De eso bien supo incluso Gabriela Mistral, que recibió primero el Nobel y seis años después el Premio Nacional, María Luisa Bombal -que nunca obtuvo el Nacional- o Marta Brunet, a quien los críticos elogiaban la “varonilidad de su talento”. En agosto de 1987 un grupo de escritoras y críticas chilenas decidió cambiar el estado de las cosas y autogestionó un inédito encuentro contracultural en pleno régimen militar: el Primer Congreso Internacional de Literatura Femenina Latinoamericana.
La inauguración abarrotó el Teatro La Comedia del Ictus y, como la Universidad de Chile y Católica se negaron a participar y a ceder su infraestructura, las ponencias y debates prosiguieron en un convento de calle Crescente Errázuriz, en Ñuñoa, la Casa de Ejercicios San Francisco Javier.
Algunas de las participantes fueron Carmen Berenguer, Diamela Eltit, Nelly Richard, Teresa Calderón, Cecilia Vicuña, Elvira Hernández, Beatriz Sarlo, María Negroni, Raquel Olea, Eugenia Brito, Soledad Bianchi, Sonia Montecino, Lucía Guerra y Eliana Ortega.
Como el salón de reuniones tenía un gran crucifijo, las organizadoras lo taparon con una sábana blanca. Durante una ponencia algunas tachuelas cedieron, la sábana fue deslizándose y el público llegó a ver la corona de espinas y hasta la cara sangrante en la cruz.
“Dos años antes, en 1985, Carmen Berenguer me propuso la idea de organizar un encuentro nacional. Le dije: por qué no hacemos un congreso internacional. Todo fue autogestionado. No teníamos un peso”, recuerda Diamela Eltit.
La artista visual Lotty Rosenfeld registró los debates en video, donde mezcló las mesas de conversación con imágenes de protestas contra Pinochet y los gritos de “Y va a caer”. Al centro del escenario del Ictus se instaló un largo mesón. Sobre un mantel rojo un micrófono, siete humildes vasos con agua y un cenicero. Sorprenden los desafiantes discursos que exigían democracia e igualdad. “Es emotivo ver esos sacrificados materiales de ese tiempo insensato después de 30 años”, dice Diamela Eltit sobre los videos.