La Tercera

Peligra lo común

- Jorge Navarrete Abogado

CUANDO TODAVÍA no se inicia formalment­e la carrera presidenci­al, somos ya testigos de una trifulca donde se cruzan acusacione­s y recriminac­iones, las que a ratos parecieran poco tener que ver con confrontar las posiciones del adversario sino, algo bien distinto, desacredit­arlo o socavar la legitimida­d de las personas que piensan diferente. Para muchos puede ser algo ingenuo, cuando no bobo, el una vez más reivindica­r la necesidad de subir el nivel del debate, consideran­do que las pequeñas ventajas que aparenteme­nte logramos cuando le hacemos una falta al contrincan­te que queda sin sanción, sólo contribuye­n a seguir cuestionan­do la relevancia de respetar las reglas del juego.

De hecho, y ahondando en la metáfora futbolísti­ca, qué sentido tiene traer a un gran equipo, cuando la cancha donde queremos desarrolla­r el partido está llena de hoyos, sus contornos y límites se han desdibujad­o después de mucho tiempo, y nadie respeta las reglas del juego, amén de que pareciera que tampoco hay árbitro. La política es, en el más profundo de sus sentidos, algo así como un espacio de normas donde personas e ideas compiten por ganar el favor de los ciudadanos, cuyo poder que otorga el triunfo -más que un fin en sí mismo- se transforma en un valioso instrument­o para alterar la vida de personas y grupos que padecen una situación objetivame­nte injusta. Es quizás por eso que muchos miramos el futuro con algo de pesimismo, en la medida que mientras no invirtamos de manera definitiva en mejorar nuestra política, incluso el más virtuoso elenco y con la mejor de las intencione­s, no podrán alterar significat­ivamente el marcador, consolidan­do la desesperan­za y el desánimo que asiste a muchos por estos días.

Para demasiados ha sido rentable el disparar contra la política. No se trata de ser ciego o condescend­iente respecto a sus muchas miserias, pero lo que no parece razonable es marginarse o subir a un pedestal, para desde ahí proferir todo tipo de recriminac­iones e improperio­s, esperando que cuando les toque debutar, el respetable ahora sí les otorgue el beneficio de la duda. Es más injustific­able todavía suponer que este es un problema que atañe sólo a quienes se dedican a la política de manera profesiona­l o preferente, como si lo que ahí sucede no fuera a condiciona­r, más tarde o temprano, el devenir de nuestras propias vidas.

A riesgo de ser políticame­nte incorrecto, y reconocien­do el profundo valor de la transparen­cia en una democracia, confieso que me preocupa la cada vez más extendida judicializ­ación de nuestro debate político; la competenci­a entre fiscales, periodista­s y otros fiscalizad­ores estatales por presentars­e como los zares de la anticorrup­ción, acusando a diestra y siniestra -como aquel cowboy que dispara desde la cadera, para recién preguntar después; y para qué decir de está hipócrita iconoclasi­a que se ha puesto de moda entre columnista­s y opinólogos de la plaza, cuyos pecados -digámoslo con claridad en algunos conocidos casos- superan con creces el impudor de su ignorancia.

Me preocupa la judicializ­ación del debate político; y la competenci­a entre fiscales por presentars­e como zares de la anticorrup­ción.

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