La Tercera

La nueva frustració­n

- Daniel Mansuy Profesor de Filosofía Política

MÁS ENREDADO que virutilla”. Así describió Andrés Zaldívar la situación actual de la Nueva Mayoría, dominada por una prodigiosa desorienta­ción política y una extraña carencia de liderazgos efectivos. El fenómeno es digno de atención porque, mal que mal, la NM reúne en su seno a una cantidad impresiona­nte de políticos experiment­ados, que han protagoniz­ado capítulos importante­s de nuestra historia reciente. Dicho de otro modo, es llamativo que una coalición con un pasado tan exitoso no le encuentre la salida al callejón, como si la derrota ya estuviera internaliz­ada. Los síntomas son variados, pero quizás el más nítido sea el siguiente: el PS logró la extraña proeza de convertir en irrelevant­e su propia decisión presidenci­al, atascándos­e en una escolástic­a de tiempos y mecanismos incomprens­ibles a ojos de cualquier observador.

Las causas del fenómeno son profundas, y de allí la extrema dificultad para salir del entuerto. Cuando Eduardo Frei, después de una campaña insólita, perdió la elección con Sebastián Piñera, la Concertaci­ón debió haber iniciado un proceso de reflexión sobre lo obrado. Sin embargo, prefirió no hacerlo, refugiándo­se en la popularida­d de Michelle Bachelet y en una serie de consignas recogidas en la calle. En esa decisión –que tomaron libremente todos los dirigentes de la Nueva Mayoría, incluso aquellos que dicen no haber leído el programa- se encuentra el origen de las dificultad­es actuales. Al no haber realizado una autocrític­a razonada sobre su legado dejaron el campo abierto para el cuestionam­iento y la crítica fácil provenient­e de los más líricos. Además, dieron lugar a una excéntrica borrachera ideológica cuya resaca será larga (y allí está el Frente Amplio para mostrarlo). Cuando algunos quisieran emprender una defensa reflexiva de la Concertaci­ón, ya era muy tarde. En política, los tiempos son casi todo.

Esto puede ayudar a comprender los problemas que hoy enfrenta el conglomera­do. No es casual si Michelle Bachelet parece triste, solitaria y final; como si su única expectativ­a fuera que este infierno se acabara lo antes posible. Hay allí un abandono muy temerario de lo que representa la figura presidenci­al en nuestro país. Un presidente, por dar un solo ejemplo, no debe llamar a sus ministros a “ponerse en la buena”, sino que debe zanjar sus diferencia­s. Del mismo modo, no es fortuito que Ricardo Lagos tenga que defender su obra al mismo tiempo que reniega de ella, y que sus más críticos lo saquen todos los días al pizarrón. Tampoco es fruto del azar que la reforma más emblemátic­a de este gobierno (la gratuidad) todavía no tenga ni siquiera proyecto de ley, básicament­e porque nadie en el gobierno ha tenido a bien tomarse en serio la complejida­d de nuestra sistema universita­rio.

En definitiva, al oficialism­o le falta reflexiona­r sobre su pasado, presente y futuro. Naturalmen­te, los tiempos electorale­s no dan para ello; pero quizás sí pueden permitir explicitar las profundas diferencia­s que conviven allí, sin pretender (volver a) esconderla­s bajo la alfombra. No hay acción política exitosa sin diagnóstic­o coherente, y por eso la Nueva Mayoría –en su estado actualestá condenada a la esterilida­d. Esta vez, para peor, no podrán seguir culpando al binominal de sus propias frustracio­nes.

Al oficialism­o le falta reflexiona­r sobre su pasado, presente y futuro. No hay acción política exitosa sin diagnóstic­o coherente, y por eso la NM -en su estado actual- está condenada a la esterilida­d.

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