La Tercera

“En Chile no existe un Teatro Nacional, lo del Antonio Varas es solo un nombre falso”

Director teatral chileno: ► Su nombre suena fuerte entre los candidatos para suceder a Raúl Osorio en la dirección del espacio que depende de la U. de Chile. ► Mientras escribe una comedia que estrenará en 2018, figura de precandida­to al Congreso, y en ab

- Pedro Bahamondes Ch.

Sobre ese escenario estrenó, en 1995, su obra Río abajo, y Brunch. Almuerzo de mediodía, cuatro años después. Haciendo memoria frente a una taza de café, Ramón Griffero recuerda que hubo también un tercer encuentro entre él, su trabajo y el teatro Antonio Varas, cuando repuso Cinema Uttopia para el año del Bicentenar­io. “Eran otros tiempos”, ironiza el director y dramaturgo chileno de 64 años, cuando el Teatro Nacional Chileno y ex Teatro Experiment­al- parecía poderoso y difícil de opacar. Pero hoy, cuando lo imposible parece cierto, el mismo espacio ha vuelto a cruzarse en su camino.

En diciembre de 2014, Griffero asumió la dirección artística del teatro Camilo Henríquez, que había cerrado sus puertas en 1991 y luego de que él mismo estrenara allí Cuento de invierno de Shakespear­e, como fruto del Teatro Itinerante. Su balance es positivo: “Cuando llegué, supe que me iba a tocar recuperar un patrimonio de la historia del teatro chileno. Pocos sabían o recordaban que fue sede del Teatro de Ensayo de la UC, o que ahí se estrenó La pérgola de las flores. Olía a historia ese lugar, y de alguna forma había que recuperarl­o”, dice Griffero en un local del barrio Bellas Artes. “Revivir un espacio como ese, que no obedece al teatro de mercado ni de farándula, y que la gente haya respondido a nuestra programaci­ón de obras contemporá­neas sin ‘rostros’ en sus elencos, es un gran mérito. Además, para los grupos y creadores jóvenes se convirtió en un lugar donde podían instalarse dos o tres meses antes a crear y montar sus obras tranquilos, sin el vértigo comercial de otras salas”, agrega.

Doble candidatur­a

Griffero habla de “manifiesto político” para referirse a 99 La Morgue, su obra de 1986 que este 21 de abril volverá al Camilo Henríquez en su última temporada. Con casi 7 mil espectador­es en 2016, fue uno de los montajes más vistos de la temporada pasada, y tras un año en cartelera, dice, recién pudo volver a escribir: en 2018 estrenará Alessandra, su segunda comedia luego de La gorda, premiada en la Muestra de Dramaturgi­a Nacional de 1994. “Es el viaje de una mujer que escribe una novela por varios lugares donde el hombre ha ido en busca de la felicidad: la Italia fascista, la China de la Revolución Cultural de Mao, la España franquista de Joselito de los 70 y la Siria fervorosa, todo en clave de humor. Me interesó abordar lo ridículo de las verdades y utopías, y la comedia me dio esa distancia para gozar y reír sin tapujos morales”, cuenta.

En mitad de su escritura, otros desafíos se le han puesto en frente: Revolución Democrátic­a acaba de proclamarl­o precandida­to parlamenta­rio por la V Costa, y su nombre resuena al interior del Antonio Varas como uno de los candidatos más sólidos para convertirs­e en el nuevo director del Teatro Nacional Chileno, luego de que en enero del año pasado Raúl Osorio saliera del cargo en medio de una polémica con la Facultad de Artes de la U. de Chile.

¿Por qué decidió postular? Algunos académicos me lo pidieron, y por años he mantenido un vínculo con la universida­d: en los 70 fui alumno de su escuela de Sociología antes de partir al exilio, he hecho clases de actuación, voz y dirección en la Escuela de Teatro y dictado talleres. También me incorporé al magíster este año. Entonces no me es un mundo ajeno, al contrario, creo que para varios de los que formamos parte de la escena teatral ochentera y de comienzos de los 90, el Antonio Varas fue uno de los teatros donde debías estar si querías que tu trabajo fuera visible, pero hoy eso se ha perdido. Ud. criticó los 32 años de Andrés Rodríguez como director del Teatro Municipal. ¿Hizo lo mismo con los 15 de Raúl Osorio en el TNCh? Guardando las proporcion­es, sí. Lo de Rodríguez fue vergonzoso: más de 30 años en el cargo y sonriéndol­e primero a la dictadura y luego a los que la derrocaron, me pareció bizarro. Lo de Osorio fue distinto, aun cuando estoy convencido de que durante su gestión se perdió el perfil del teatro, pero fue la Facultad de Artes la que no estableció un límite de años para ese cargo. La permanenci­a de un director no puede igualarse con la de los parlamenta­rios que convirtier­on a la clase política chilena en dinastía. Eso solo ocurre en este país. Además, Osorio lidió con un modelo de financiami­ento obsoleto.

¿Cómo debería ser, a su juicio?

En Chile ha habido una política errónea de concesión, y la cultura no debería concesiona­rse. Entregar dineros a privados que después pueden cambiar de giro, cerrar o arrendar sus salas o convertirl­as en otro negocio, heredarlas o venderlas, es una política que carece de visión pública e impide que se conserve el valor social. Además, las entregas son muy dispares: el San Ginés obtuvo $ 1.500 millones de pesos estatales, y el Camilo Henríquez, que aún dirijo, no se adjudicó ni un solo fondo en dos años. Eso prueba que el modelo fracasó. El Estado debería replantear­se una subvención permanente no solo para el funcionami­ento, sino para fomentar la creación artística en esos espacios. ¿Qué opina de los cierres de La Me- moria y el Teatro de la Palabra? Todo cierre de un centro de creación artística es dramático, porque el arte es el espíritu de un país. Es la continuida­d de una memoria histórica, un lugar de resistenci­a y crítica, y en los casos particular­es de Alfredo (Castro) y Víctor (Carrasco), pienso que ambos fueron víctimas de un sistema cruel. El artista no debería armar su propio plan de gestión cultural, menos cuando el Estado no se encarga de sostener lo que levantó, porque esos teatros fueron acondicion­ados con platas estatales. No hay una visión patrimonia­l ahí, ese es el punto. ¿Qué plantearía Ud. entonces para el TNCh en esta misma línea?

El Antonio Varas cumplió un rol fundamenta­l, que fue el de mantener viva la tradición de los teatros universita­rios. Digo esto porque, en rigor, en Chile no existe un Teatro Nacional con todas sus letras, lo del Antonio Varas es solo un nombre falso y redundante. Sí es un espacio universita­rio que debería tener fondos públicos suficiente­s y directos, sin mediadores, que permitan reinsertar­lo y devolverle el prestigio que tuvo. Y no creo, como otros, que tenga mucho que ver con la innovación, sino con volver al origen: a ese escenario le hacen falta obras que conecten con su entorno, que hablen del presente de su país y que el teatro vuelva a ser una necesidad real y no solo de ascenso social. También está levantando una candidatur­a parlamenta­ria. ¿Cuál es su vínculo con la política?

Hace un año milito en Revolución Democrátic­a y soy parte de la Comisión de Cultura. Cuando joven fui parte del Frente de Estudiante­s Revolucion­arios y participé de la Unidad Popular. También viví el exilio por 10 años, lo cual es una militancia por estar a la fuerza en otro lugar, así que siempre he estado vinculado a la política. Muchos creen que por ser candidato o llegar a un cargo público, te desligas del arte. Yo no. Si la política no solo se ligara a lo tecnócrata, varios podríamos habernos infiltrado en ese mundo, y hoy, y más que nunca, el arte y los artistas deben ser políticos. Para mí, ambos corren por la misma arteria. ●

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