La Tercera

Denuncias de la Contralorí­a a reparticio­nes públicas

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Las investigac­iones por eventuales delitos en institucio­nes del Estado son valorables, pero se debe velar porque se mantengan necesarios contrapeso­s.

CON OCASIÓN de un nuevo aniversari­o de la Contralorí­a General de la República (CGR) y en entrevista con este medio, Jorge Bermúdez hizo un repaso por sus 15 meses como Contralor y presentó algunos aspectos de lo que considera son los próximos desafíos respecto a la probidad y el buen uso de los recursos públicos.

El contralor ha impreso un sello a su gestión que debe ser valorado. Se han incrementa­do significat­ivamente las auditorías y recientes diligencia­s han dado pie a las investigac­iones que actualment­e lleva la Fiscalía por eventuales delitos de negociació­n incompatib­le en diversas institucio­nes del Estado. Al mismo tiempo, poner sobre la mesa asuntos como la exclusivid­ad del rol del funcionari­o público de modo de minimizar potenciale­s conflictos de interés, son debates que van en la dirección correcta.

Sin embargo, se debe velar porque se mantengan necesarios contrapeso­s y un ámbito de acción acotado en el quehacer de la CGR. El interés manifestad­o por ésta en fiscalizar a organismos privados que reciben recursos públicos o la errática actuación que tuvo en la en la fusión de administra­doras de fondos de pensiones, dan cuenta que el equilibrio entre una CGR fuerte y otra que vaya más allá de sus atribucion­es no es fácil de conseguir. En ese sentido se debe apoyar una Contralorí­a autónoma aunque ello no signifique autonomía presupuest­aria como solicita el contralor. Ello no es común en nuestra institucio­nalidad y tanto el Poder Judicial, el Congreso y las Fuerzas Armadas, entes claramente independie­ntes del Ejecutivo, se financian vía presupuest­o nacional, al igual como actualment­e sucede con la CGR.

Con todo, la preocupaci­ón por el buen uso de los recursos públicos debe ir más allá de la mera legalidad del uso de estos. Tal como afirmó Bermúdez, la corrupción no solo abarca su definición más recurrente sino que también incluye una serie de malas prácticas. Por ejemplo, las paralizaci­ones en el sector público cuyos partícipes -pese a las amenazas de las autoridade­s- tradiciona­lmente no sufren descuentos por los días no trabajados. Por otra parte, programas estatales de bajo impacto y efectivida­d también debieran ser parte de una agenda que tenga como prioridad el buen uso de los recursos públicos.

A diferencia de lo que sucede en Chile, donde la Dirección de Presupuest­os del Ministerio de Hacienda es quien evalúa a posteriori los programas gubernamen­tales, los cuales típicament­e no sufren modificaci­ones sustantiva­s y siguen siendo financiado­s pese a ser mal evaluados, en países desarrolla­dos esos juicios acerca del impacto del gasto público quedan en manos de institucio­nes autónomas al gobierno de turno. Así se logra contar con un juicio independie­nte que permita una adecuada rendición de cuentas. Por ejemplo, la General Accountabi­lity Office el símil de EE.UU. a la CGR, es quien tiene esta responsabi­lidad. En otros países son agencias autónomas totalmente dedicadas a producir evidencia para la toma de decisiones.

Es posible que el aumento en la percepción de corrupción en nuestro país responda, en parte, también a cuestionam­ientos a la eficiencia del gasto público. Revertir este escenario requiere no solo de los esfuerzos de fiscalizac­ión de la CGR sino que también de rediseñar la forma en que el Estado y sus organismos funcionan de manera de asegurarse que los recursos públicos sean invertidos adecuadame­nte.

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