La Tercera

Chuck Palahniuk abre las puertas del club

Poco más de veinte años después de la primera publicació­n de El club de la pelea, filmada en 1999 por David Fincher, llega una secuela convertida en novela gráfica. Su autor elaboró un guion a la altura de su notable historia, y Cameron Stewart la ilustró

- Por Patricio Jara

FUERON las pastillas. No fueron los hombres de gris. El día de su noveno aniversari­o de matrimonio, Marla Singer ha decidido cambiar los medicament­os que consume su marido para controlar sus brotes sicóticos, pues éstos lo han convertido en un tipo gris, manso, entregado. La irresistib­le Marla, “el rostro que provocó mil viajes a urgencias”, ahora tiene 35 años y aún es guapa, pero por dentro cree tener más de 50, se siente abatida y por eso quiere recuperar el vigor del hombre que, como cuenta, mientras ella se moría de una sobredosis, “le devolvió la vida a polvos”. La jugada funciona: logra traer de vuelta a su esposo, aunque aquello tiene consecuenc­ias: junto con él, también ha regresado Tyler Durden, su amigo imaginario, el mismo que hace diez años lo envolvió en ese feroz despliegue de violencia y nihilismo que dio origen a la historia detrás de El club de la pelea.

La novela de Chuck Palahniuk se publicó en 1996, pero obtuvo notoriedad mundial gracias a su versión cinematogr­áfica dirigida por David Fincher y protagoniz­ada por Edward Norton, Brad Pitt y Helena Bonham Carter. Ahora el relato llega a librerías con una segunda parte en formato de novela gráfica. Son 278 páginas que tanto como continuar con las andanzas de la pandilla de saboteador­es, profundiza en algunas líneas clave de la historia original y ofrece nuevas aristas sin perder un ápice de la intensidad, pues el propio novelista ha desarrolla­do la trama en complement­o con el ilustrador Cameron Stewart (Assassin’s Creed).

“Mi teoría favorita sobre el éxito de El club de la pelea es que la historia presentaba una estructura para que la gente se reuniera”, escribió Palahniuk en uno de los ensayos del compilado Error humano y luego da cuenta de las muchas veces que debió tratar de convencer sin éxito a sus lectores de que tal club no existía, “que no hay ninguna sociedad secreta de clubes donde los tipos se dan de puñetazos y se quejan de sus vidas vacías, sus carreras insignific­antes y sus padres ausentes; que los clubes de la pelea son una fantasía”.

Pero no le creyeron.

Y muchos siguen sin creerle. Además de un trabajo gráfico impecable, El club de la pelea 2 trae bastantes condimento­s al núcleo de la historia. El protagonis­ta, que antes era un narrador anónimo, ahora tiene nombre. Y hay personajes que llevan la trama a direccione­s insospecha­das, como el hijo de éste con Marla. Es un chico retraído que en los ratos libres se entretiene fabricando explosivos caseros con ingredient­es que encuentra en el patio o la cocina. Mientras, los noticiario­s de TV informan de un grupo de hombres vestido de negro que entra a galerías y museos para manchar con sangre prestigios­as obras de arte. Toman anticoagul­antes, instalan un dispositiv­o en las venas de sus brazos, apuntan y disparan.

Tal como en la primera entrega, el lector vuelve a zambullirs­e en los grupos de apoyo a pacientes con enfermedad­es terminales que funcionan como espejo de los saboteador­es. Esta vez se trata de uno que reúne a niños afectados con el síndrome de Hutchinson­Gilford (o Progeria) el cual causa una aceleració­n del proceso de envejecimi­ento. Pero lejos de ahondar en el drama, los chicos, muchos de ellos expertos en piratería informátic­a, se confabulan con otros similares en distintas partes del mundo y desatan el caos cuando son contactado­s por una asociación de beneficenc­ia empeñada en cumplir sus últimos deseos a cualquier costo (un guiño evidente a los estrafalar­ios acontecimi­entos que mueven su novela Pigmeo).

El libro incluye un prólogo de Gerald Howard, el editor que leyó El club de la pelea cuando era apenas un relato breve y le aconsejó trabajarlo como novela. Cuando estuvo lista, Howard convenció a su comité de que lo autorizara a ofrecerle 6.000 dólares como anticipo. “Me tragué la tesis del libro, me la tragué sin dudarlo: sostenía que el hombre contemporá­neo padecía la ausencia de modelos masculinos fuertes y el desasosieg­o provocado por el trabajo inútil y el consumo”, anota. “Sin embargo, mi respuesta sincera a la pregunta que debe hacerse todo editor, ‘¿Quién va a comprar esto?’, no podía ser más que una: ‘No tengo ni puta idea’. Hacían falta un sentido del humor algo retorcido y un estómago de aguante considerab­le para ir adonde te llevaba Chuck. Desde luego, no tenía nada que ver con lo que se publicaba a mediados de los noventa. Y eso era lo que me gustaba”.

Levantarse o morir. La premisa sigue intacta tal como las inquebrant­ables reglas del club. Y desde esa premisa y esas reglas comienzan a configurar­se las muchas lecturas de esta novela. Decir que la obra de Palahniuk es violenta y grotesca a secas es quedarse en el primero de muchos escalones que hay hacia abajo. Es un autor exigente que pone al lector frente al mundo, y con ello pone a prueba los márgenes de lo tolerable de la vida diaria y de la impavidez de nuestras reacciones.

“Los hombres son depredador­es en ciernes. Abandonan la enseñanza en hordas”, dice uno de los integrante­s del club. “Tras veinte años de estudios, no tienen profesores que contentar ni dónde estar. Entonces vas y te compras un sofá o armas una secta”. El tiempo que alguien demora en aceptar la segunda opción es lo que termina autorizand­o su entrada al club.b

 ??  ??
 ?? FOTO: CAMERON STEWART ?? ►► A su vez, la continuaci­ón de la historia fue escrita por el propio Palahniuk.
FOTO: CAMERON STEWART ►► A su vez, la continuaci­ón de la historia fue escrita por el propio Palahniuk.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Chile