La Tercera

¿Cuál es la reforma?

- Daniel Rodríguez Investigad­or Acción Educar

DADA LA entrada acelerada de un sinnúmero de candidatos presidenci­ales al debate público, la mayoría críticos del gobierno, se ha iniciado una discusión respecto de “dar marcha atrás” o “pasar la retroexcav­adora” a las reformas de esta administra­ción, en nuestra tónica clásica de campaña del terror. En educación superior, la discusión se ha centrado obviamente en la gratuidad y su continuida­d.

Sin embargo, declaracio­nes de dos rectores de universida­des adscritas a la gratuidad, sumadas a la minuta que presenta las indicacion­es al proyecto de ley de reforma a la educación superior actualment­e en trámite, convierten esta discusión en un debate artificial.

Lo cierto es que hoy existe una glosa presupuest­aria, que año a año tiembla por su dudosa constituci­onalidad, que establece un mecanismo simple para dar acceso gratuito a estudiante­s que provengan del 50% más vulnerable del país. Esta estrategia se sustentó en la promesa que habría un proyecto de ley que ordenaría todo y le daría viabilidad política y financiera. Con mayoría en ambas cámaras esto no podía ser tan difícil. Pero ocurre que el proyecto en trámite es rechazado por el oficialism­o y la oposición, además de ser criticado por estudiante­s y rectores. Es probable que dentro del mismo Ministerio de Educación tampoco haya acuerdo, para qué mencionar Hacienda. Las minutas que dejan ver las posibles indicacion­es al proyecto son dignas de psicoanáli­sis: mueven, sacan y reparten, pero no cambian nada sustantivo. Sacar elementos de la ley para moverlas a reglamento­s solamente fortalece la posición del Mineduc como “pequeño tirano” de la educación: ya lo sabemos por la Ley de Inclusión. Lo más llamativo es que no hay cambios respecto de la gratuidad universal, que es justamente el centro del problema, sin mencionar que se propone ajustar las condicione­s de la gratuidad universal a las de la glosa. Se adapta lo definitivo para que se parezca a lo transitori­o.

La viabilidad financiera de esta política, que siempre fue puesta en entredicho, es ahora confirmada por los rectores de las universida­des gratuitas, amenazando su viabilidad política. Han argumentad­o que aspectos clave de sus proyectos, como la investigac­ión y la vinculació­n con el medio, han debido ser sacrificad­os para cubrir el déficit de la gratuidad. En otras palabras, subirse a la gratuidad implica perder calidad. Como se acabaron los recursos (el hecho que se tenga que recurrir a un crédito del Banco Mundial solo para financiar a las universida­des estatales lo confirma) no queda muy claro de dónde se sacará dinero para compensar a las universida­des que suscriben a la gratuidad. Y éstas amenazan con salirse si la política se amplía al 60%, apoyadas en sus argumentos por la mejor universida­d del país, que de paso está hoy demandando al Estado por incumplir la ley. Esto me parece lo suficiente­mente aterrador como para que sea necesaria una campaña del terror.

La pregunta que surge con todo esto en considerac­ión es simple: ¿Cuál es la reforma? ¿Qué es lo que se quiere proteger? ¿Cuál es el avance sobre el cual no se puede dar marcha atrás? No parece razonable que el país entero tenga que hacerse cargo a perpetuida­d de un intento de política que a todas luces fracasó. Esto no implica quitarle la gratuidad a nadie, ni siquiera implica que no se pueda crear una forma de financiami­ento que implique que el 50% más vulnerable no pague su educación superior. Solamente significa que hoy no hay reforma, y que tenemos que volver a pensar qué hacemos para asegurar equidad en el acceso a la educación superior.

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