Profunda necedad
ETIMOLÓGICAMENTE el necio es quien no sabe lo que podía o debía saber o, en otra acepción, el terco o porfiado. Los necios, como bien nos agrupó John K. Toole en el título que dio vida a su célebre obra, estamos conjurados en casi la totalidad de los temas, siempre que no digan relación con nuestras nobles profesiones.
En éstas, obviamente, no saber lo que es nuestra obligación conocer, o sostener una postura sin fundamentos es extremadamente grave y serio. Podemos caer en el descrédito, hacer las cosas mal, errar en un proyecto de ingeniería, inducir a error a un inversionista, equivocarnos en los datos. Ni hablar. El trabajo hay que cuidarlo con celo.
Pero en otras materias no importa o importa menos. La política es una de ellas.
Hoy impera el lenguaje procaz e indecente a la hora de referirse a las personas, su intimidad y sus relaciones, así como la falta de rigor en las fuentes de información, la especulación ilimitada, la repetición de afirmaciones y de datos sin comprobación ni autenticidad.
Al final del día uno no sabe con certeza donde leyó qué o quién lo dijo. Pero ahí están las historias, disponibles para la cena.
Las nuevas generaciones políticas, por otro lado, se han abierto un espacio digno de aplauso. Pero, como alguna vez señaló Tony Jundt, lo han hecho olvidando la historia antes de entenderla, y, por consiguiente, sin haber reflexionado con profundidad la visión y experiencia de los antiguos líderes, echándolos rápido; ellos, los nuevos terratenientes de las grandes alamedas.
En otros sectores, surgen las llamadas generaciones de recambio, disponibles para el timón gremial. Se les ve demasiado apuradas.
En los últimos años ha surgido una compulsión por repetir lo que no se sabe con seguridad, con terquedad, como si fuera cierto. Los personajes más famosos van dejando sus epifanías en ciento cuarenta caracteres y nosotros las comentamos como mantras, ansiosos, además, de que aparezca la estulticia que llevará al destierro a cierto personaje o que elevará a un ángel caído, y decimos… cuéntanos algo que no sepamos ya, dime tú, sobre algún alto funcionario inimaginable metido en un negocito, un pensador que plagiaba, ¿un poeta en los huesos?, no pues, algo duro, que duela, algo que contar y repetir, que sorprenda.
Y de este modo, de boca en boca, por correos, tuits u otros medios, se va cumpliendo el oculto objetivo de este pacto no escrito: la degradación de las personas, el lenguaje obtuso y malicioso, no que forme opinión sino que de algo de qué hablar.
Somos tan felices siendo necios. Recientemente, a mediados de marzo, fuimos elegidos como el país más feliz de Sudamérica, Chile es la nación más feliz de Sudamérica, ubicándonos en el puesto número 20 del World Happiness Report 2017.
Una paradoja que, al parecer, escapa a los análisis sociológicos más elementales. La cuestión es que más temprano que tarde, la falta de consideración y respeto puede pasarnos una cuenta penosa.
Ha surgido una compulsión por repetir lo que no se sabe, como si fuera cierto. Pero, la falta de respeto puede pasarnos una cuenta penosa.