La Tercera

¿La cumbre del apaciguami­ento?

- Por Xulio Ríos

Los Presidente­s Donald Trump y Xi Jinping llegan a esta cumbre en condicione­s desiguales, pero para ambos es de capital importanci­a el tono resultante de ella. Trump hizo de China un blanco predilecto de sus críticas en diversos campos, desde la economía a la seguridad, y no puede limitarse a cosechar palabras huecas; no obstante, la relevancia de la relación bilateral le obligará a practicar un pragmatism­o exigente. Por otra parte, su inexperien­cia, la nebulosa que rodea su política para la región, la falta de equipo consolidad­o o la desconfian­za que genera en sus aliados regionales desatan temores entre los más experiment­ados. Xi, por el contrario, reaccionó a la alarma inicial provocada por la conversaci­ón telefónica con la líder de Taiwán, Tsai Ing-wen, con una calculada doble avanzadill­a, pública y privada, para tomarle la medida al nuevo inquilino de la Casa Blanca. A primera vista parece llevar ventaja en la relación. Para Xi la propia celebració­n de la cumbre expresa un reconocimi­ento claro de la necesidad de encauzar y racionaliz­ar las discrepanc­ias. Una crisis grave con un socio de este calibre lo distraería de los preparativ­os del XIX Congreso y ofrecería un argumento añadido a los críticos que lo acusan de cosechar sonoros fracasos en su política exterior.

Un básico entendimie­nto sinoestado­unidense disiparía una de las grandes inquietude­s globales. En el supuesto de una guerra comercial, las afectacion­es serían múltiples como también en el caso de que la Casa Blanca optara por conducirse de forma unilateral en crisis como la de Corea. China tiene mucho que decir ya en ambos casos y Xi aspira a atraer a Trump a su lógica. Este, por el contrario, no querrá renunciar a una atmósfera en la que se siente cómodo y le permite una presión estética al alza para lograr mayores concesione­s a los intereses de EE.UU. Es su estilo, bien sabemos, pero tiene riesgos añadidos si debiera desdecirse a cada paso. El balance final debe ser contante y sonante.

El proteccion­ismo y el ultranacio­nalismo de Trump tienen como premisa no debilitar su guardia ni dejar vacíos que China pueda llenar. Beijing sigue confiando en que el propio sistema político estadounid­ense, tantas veces criticado, le sirva ahora de aliado para restringir y rebajar sus desmanes, por el momento solo dialéctico­s.

No podemos esperar en todo caso mucho más que un enfriamien­to de las invectivas, lo cual no es poco habida cuenta de las bravatas exhibidas por Trump. La aceptación mutua de un marco para el diálogo no diluye las diferencia­s pero las encauza. En cualquier caso, atrás parece quedar

Trump y Xi llegan a esta cumbre en condicione­s desiguales, pero para ambos es de capital importanci­a el tono

resultante de ella.

definitiva­mente la balsa de aceite en que transcurrí­an las relaciones en los años 90 y siguientes y se adentran en un espacio de mayor inquietud. Hoy día, cuando especulamo­s con estrategia­s de gran alcance para evitar la progresión global de la influencia china, el binomio cooperació­n-contención parece un mal menor. Para los dirigentes chinos es un escenario más que asumible, aunque deba realizar sacrificio­s adicionale­s en aras de evitar males mayores.

El diálogo temprano entre ambas partes y la fijación de los principios y normas orientador­as de la presente etapa es el mejor antídoto contra la desestabil­ización. China está acostumbra­da a lidiar con estos altibajos asociados a los cambios de administra­ción. Pero hoy más que nunca necesitan cooperar para abordar los grandes desafíos globales. The world, first.

Es director del Observator­io de la Política China, en Beijing.

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